Pero han pasado ocho décadas y la situación —de la lengua y de la prensa— ha cambiado. Cuando menos, a juzgar por las palabras de Jordi Juan, director adjunto de «La Vanguardia», que anunció esta semana en TV3 que dentro de un año tendremos «Vanguardia» en catalán. Es más: según él, de no haber sido por la crisis, a estas alturas ya la tendríamos. Lo que no aclaró el director adjunto es si la aparición del nuevo diario iba a comportar que ya no pudiera leerse «La Vanguardia» en castellano o si, al contrario, ambas ediciones iban a coexistir, como ya ocurre en el caso de «El Periódico». Sí indicó, en cambio, que, en un momento de crisis como el actual, «cuando se habla de la decadencia de Cataluña, hacer en catalán un diario que es un símbolo de Cataluña es una gran oportunidad y se tiene que hacer».
Ignoro si se tiene que hacer, como afirma Jordi Juan, pero no me cabe la menor duda de que sería estupendo que «La Vanguardia» pudiera leerse también en catalán. Si hay gente que quiere leer ese periódico, y que quiere leerlo en catalán, ¿por qué no complacerla? Eso sí, no a cualquier precio. Por de pronto, me gustaría saber cuánto les va a costar la broma a los catalanes. Porque les va a costar. Un paso así no lo dará el Grupo Godó —como no lo dio en su momento el Grupo Zeta— si no está seguro de contar con una subvención considerable por parte de la Generalitat. Y luego, claro, hay otra cosa que me gustaría saber, y es si la introducción de otra lengua va a comportar la introducción de otro modelo de periódico. Porque, de lo contrario, el sueño aquel de Gaziel volverá a desvanecerse. Y es que, a día de hoy, «La Vanguardia» está lejos de parecerse al diario con el que Gaziel soñaba y cuyo principal requisito debía ser, según sus propias palabras, «no estar inspirado por ningún catalanismo».
ABC, 2 de mayo de 2009.