Es natural que la Asociación Española de Anunciantes ande preocupada. La decisión del Gobierno de suprimir la publicidad de Televisión Española les afecta de lleno. Según sus propios cálculos, con esta medida los anunciantes y sus colaboradores dejarán de percibir este año 300 millones de euros. Pero la preocupación del sector tiene también otras motivaciones, aparte de las económicas. Está la calidad, dicen. Cuanto más se achique el mercado, menos anuncios habrá. Y, si disminuyen los anuncios, disminuirá la variedad de la oferta y, en consecuencia, su calidad.

Sin duda. En eso la publicidad no es ninguna excepción. Si aumenta el número de unidades, aumenta a un tiempo el porcentaje de posibilidades de que alguna de esas unidades llegue a sobresalir. Ahora bien, al revés que los demás productos, la publicidad, y en particular la que se inserta en los medios de comunicación escritos y audiovisuales, tiene un carácter parasitario. Uno no suele conectar la televisión para ver los anuncios. Otra cosa es que los acabe viendo, y que encima le gusten. Pero la publicidad, en esencia, constituye siempre un pegote, un añadido. Con la tremenda paradoja, eso sí, de que en este caso quien costea la broma es el parásito y no el organismo donde este se aloja. Hasta el extremo de que, en lo tocante a las cadenas privadas, sin parásitos no existiría siquiera el organismo.

El problema surge cuando a uno la publicidad no le gusta y tiene que aguantarse, pues se la embuten en medio de un programa —o, peor aún, superpuesta a las propias imágenes del programa—. O cuando, por cada anuncio que sí le gusta, debe tragarse por lo menos veinte que le parecen horrendos. En este sentido, es muy probable que quienes se declaran enemigos acérrimos de la publicidad lo sean sobre todo del concepto. Y de su parte oscura. En otras palabras: es muy probable que, de poder escoger el anuncio, su consideración sería muy otra.

De ahí que haya que felicitarse por la aparición de la plataforma digital Adagreed (www.adagreed.com), de la que informaba el pasado domingo en estas páginas Cristina Jiménez Orgaz. Que uno pueda ver tan sólo la clase de publicidad que le interesa, y que además pueda juzgar lo que ve, supone un gran avance. Por un lado, rompe con el falso parasitismo a que aludíamos antes. Por otro, deja la iniciativa en manos del consumidor.

Y es que no existe nada tan sagrado, hoy en día, como el derecho a elegir. Sin duda porque la red, ese interminable menú a la carta, se ha convertido en el principal referente de muchos de nosotros. Y, así las cosas, ¿quién va a querer cargar con una sarta insoportable de anuncios pudiendo quedarse con el que realmente le interesa?

ABC, 24 de mayo de 2009.

Publicidad a la carta

    24 de mayo de 2009