La noche de autos no estaba yo en ninguna de las cuatro capitales de provincia catalanas. Por no estar, no estaba siquiera en el Principado. Pero, por lo visto y leído, la cosa fue de órdago. Ahí es nada, 134 detenidos en una sola noche. Y 119 de ellos en el «Cap i casal». Son cifras de los Mossos y de la Guardia Urbana barcelonesa. Ignoro cuántos de ellos seguirán a estas alturas entre rejas, aunque mucho me temo que muy pocos, por no decir ninguno. Al fin y al cabo, la causa que los llevó a destruir farolas, cabinas de teléfono, marquesinas y todo cuanto encontraron a su paso, era una causa noble. ¡El Barça! ¡Nuestro Barça! Y, cuando la causa es noble, los métodos, las formas, los principios, son secundarios. Enteramente secundarios. Como los heridos —más de 200, según fuentes hospitalarias—.

Además, en consonancia con lo que cabe esperar de una sociedad subvencionada, hasta el transporte público barcelonés se sumó a la fiesta. No sólo modificando los horarios para que la turba pudiera desplazarse con comodidad, sino introduciendo en los vagones de metro una suerte de ambientación «ad hoc»: el himno del Barça. De este modo, los celebrantes podían dirigirse a su lugar de destino —ese pobre centro de la ciudad sometido en los últimos años a toda clase de vejámenes— con la adrenalina a tope. En realidad, y según relatan las crónicas, ya durante el trayecto muchos de los aficionados pusieron a prueba la fortaleza de los vagones, aporreando el techo sin contemplaciones y botando al son de las consignas más guerreras. Sin duda, había que calentar motores para llegar en óptimas condiciones al aquelarre callejero.

Pero todo eso, al cabo, tendría una importancia menor si los políticos catalanes hubieran estado aquel día donde tenían que estar. O sea, trabajando. Pero no. Todos modificaron sus agendas para que el partido no les pillara en el tajo. E incluso hubo uno, el consejero Francesc Baltasar, que prefirió irse a Roma antes que asistir a la inauguración de Carbón Expo 2009, una feria relacionada con el cambio climático y los gases invernadero que afecta de lleno a su Departamento y se desarrolla por vez primera en Barcelona.

Y, por si no bastaba con todo lo anterior, la televisión nos regaló unas imágenes absolutamente impagables. Así como el Reino de Inglaterra sólo estaba representado en el palco del Estadio Olímpico de Roma por el príncipe Guillermo, segundo en la línea de sucesión al trono, y por el subsecretario de Deportes, el de España contaba con la presencia del mismísimo jefe del Estado, del presidente del Gobierno, de los ministros catalanes del Gobierno, del presidente de la Generalitat, del presidente del Parlamento autonómico, del alcalde Barcelona y de todos los Baltasares habidos y por haber. Estando presente Don Juan Carlos, ¿qué demonios hacían allí los demás? Holgaban, por supuesto. Y con los gastos pagados. Y, encima, chupaban cámara. Y hasta cantarían por dentro, nota más, nota menos, el himno del Barça, de nuestro Barça. Del suyo, sin duda.

ABC, 30 de mayo de 2009.

Nuestro Barça

    30 de mayo de 2009