Desde que sé que la sardana va a ser declarada danza nacional, estoy que no salgo de mi asombro. ¿Que por qué? Pues, verán, por varios motivos. En primer lugar, por una cuestión de oportunidad. Dentro de nada van a cumplirse tres años de la aprobación del nuevo Estatuto. Y en ese Estatuto, en el artículo 8 de su Título Preliminar, puede leerse que «Cataluña (…) tiene como símbolos nacionales la bandera, la fiesta y el himno». Vaya, que no tiene la danza. Entonces, ¿a qué viene sacarla ahora? ¿Que se la olvidaron? Por favor, si después de tanto paripé estatutario, de tantas comisiones, de tantas ponencias, de tantas idas y venidas —de tanto mete y saca, en una palabra—, resulta que a nuestra clase política se le olvidó un símbolo, y no un símbolo cualquiera, sino uno nacional, qué quieren que les diga, apaga y vámonos, que ya va siendo hora.

Pero hay más. Más razones para el asombro. Muy bien, aceptemos que, en vez de una tríada simbólica, este país tiene cuatro pilares nacionales y que uno es la danza. Así las cosas, ¿por qué esa danza debe ser la sardana? La tradición, dirán ustedes. ¿La tradición? Será la de unas pocas comarcas pirenaicas. Lo demás —su extensión al conjunto del territorio— es obra del catalanismo finisecular, puro invento, como el propio catalanismo. Y si abrigan alguna duda sobre el particular, lean el muy documentado «La cultura del catalanisme», de Joan-Lluís Marfany, y la disiparán al punto. De ahí que la conversión de esa danza ritual —La Trinca «dixit»— en nacional goce de un sustento teórico parecido al que pudiera tener aquí y ahora la lambada. No sé, para danzas arraigadas y con posibilidades de optar al marchamo simbólico, ya tenemos la rumba, que es la mar de alegre. O la del oso, que tampoco desmerece en absoluto al país. Y quien dice al país dice a la nación, por supuesto.

Y aún existe un último motivo para el pasmo. La sardana es una danza que sólo puede bailarse correctamente si uno sabe contar. Sí, sí, para bailarla con cierto decoro no basta con dejarse llevar; hay que saber sumar y dividir. Si no, la imagen que uno da resulta, si cabe, todavía más penosa. Pues bien, dudo mucho que nuestras generaciones más jóvenes vayan a ser capaces de bailarla. Cuando menos a juzgar por las dificultades halladas por buena parte de los más de 60.000 alumnos de sexto de primaria en la prueba de matemáticas que han debido pasar esta semana y cuyo nivel era elementalísimo. Por no hablar, claro está, de los resultados que el informe PISA arroja cada tres años y que dan cuenta de la marmórea incompetencia de nuestros jóvenes de segundo ciclo de secundaria.

Pero, en fin, por más que algunos nos emperremos en discutir la mayor, habrá danza nacional y esta será la sardana. Del mismo modo que tenemos ya en Cataluña, desde que el jueves fuera aprobado en Comisión el proyecto de ley correspondiente, educación nacional.

ABC, 9 de mayo de 2009.

La nación y sus danzas

    9 de mayo de 2009