Por supuesto, algunos, a partir de entonces, se esforzaron. Pero dudo mucho que la mayoría de los aludidos, aparte de considerar que los músicos. y en especial los famosos, son muy suyos, cayeran en la cuenta de que esa mano y ese pañuelo, además de amortiguar el ruido, amortiguaban otra cosa. Por ejemplo, unos gérmenes, más o menos nocivos, que ellos mismos expandían, sin ningún miramiento, por la sala. ¿Por maldad? No, por Dios, por simple costumbre. Al fin y al cabo, si uno necesita descargar —y, para el caso, da igual que esté en el teatro, en casa o en la calle—, ¿a qué pararse en barras? Y, quien dice barras, dice manos y pañuelos.
De ahí que no me sorprenda en absoluto que, entre las recomendaciones que la Organización Mundial de la Salud ha hecho públicas a fin de prevenir y combatir la actual epidemia de gripe, esté la de taparse la boca al toser o estornudar. Lo que sí me sorprende, en cambio, es que esa recomendación forme parte de un conjunto de directrices especialmente indicadas para «áreas pobres». Y no porque en estas zonas no sea necesaria, sino porque una tal precisión parece dar a entender que en el primer mundo, que es el nuestro, carece ya de utilidad, pues quién más, quién menos tiene ya asumido que a la gente no se le tose.
Nada más falso, por descontado. En los espacios públicos, a la gente se le tose, y cada vez más. Del mismo modo que se le escupe. Lo que no significa que, en la mayoría de las ocasiones, ese estornudo o ese escupitajo lleven aparejada una intención lesiva. No, se trata tan sólo de una expansión. Natural, por lo demás. ¿O no somos, al cabo, un producto de la naturaleza? Que haya alguien cerca y que ese alguien pueda sentirse molesto por semejantes desahogos es lo de menos.
Claro que no me extrañaría lo más mínimo que en adelante, con esa gripe del demonio, las cosas empezaran a cambiar y esos efluvios fueran, poco a poco, conteniéndose. Y es que, en el fondo, ni la higiene ni el respeto ni la educación pueden lo que puede el miedo.
ABC, 10 de mayo de 2009.