La verdad es que enseguida le tuve presente. Si mal no recuerdo, fue Joan Vinyoli, poeta, quien me habló de él por primera vez. Y no muy bien, por cierto. Ramon Trias Fargas había sido jefe suyo en la Editorial Labor. O quizá aún lo era. Y Vinyoli, al que la vida había maleado, lo veía como la máxima expresión del poder. A su juicio, Trias representaba, lisa y llanamente, el Capital. Con mayúscula y, sobre todo, sin Marx. Y como en aquel tiempo se llevaba más lo segundo que lo primero —me refiero a lo que se llevaba en la cabeza; el bolsillo, por supuesto, era otra cosa—, la imagen que me quedó del personaje fue sumamente antipática.

Mi siguiente encuentro con la figura de Ramon Trias Fargas tuvo lugar al cabo de unos años, en la campaña de las elecciones municipales de 1983. En lo sucesivo, Trias sería para mí, aparte de lo que ya había sido —un nombre indisolublemente ligado al capital y a Jordi Pujol—, un himno, un himno de campaña. Empezaba así: «Ara tu tries el teu futur, / si tries Trias l’obtens segur…» El caso es que en aquellos comicios la mayoría de los electores no escogieron a Trias sino a Maragall, por lo que ese futuro hímnico sigue todavía ahí, pendiente. Y el caso es que luego me olvidé de Trias. Con una excepción: la del día aquel de 1989 en que me enteré de que había muerto a pie de obra, como en las tragedias.

Hasta hoy, en que por culpa de Jordi Amat y de su excelente biografía («Els laberints de la llibertat», La Magrana) —y sin duda también un poco, a qué negarlo, de mi creciente reconciliación con el capital—, he recuperado la memoria de Ramon Trias Fargas. Aunque mejor sería decir que por fin conozco al personaje. Porque lo que yo tenía en el recuerdo no era más que fachada. Y, encima, con el inevitable «trompe l’oeil» de aquellos años jóvenes.

Del libro de Amat pueden sacarse múltiples enseñanzas. Sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro. Pero si algo se desprende de su lectura —algo que, por otra parte, compete por igual al ayer, al hoy y al mañana— es la imposibilidad de encajar en Cataluña a un gran carácter. Incluso si ese gran carácter es un catalanista a carta cabal. Como me dijo un día, sabiamente, mi amiga Anna Soler, en la cultura catalana cabe lo que cabe; o sea, poca cosa. Pues bien, en el terreno de la política ocurre tres cuartos de lo mismo. Trias era demasiado libre, demasiado independiente, demasiado orgulloso de sus ideas —y quizá también de su estirpe—; demasiado grande, en una palabra, como para plegarse a los designios de un partido cualquiera.

No es extraño que una de sus frases fetiche fuera, como nos recuerda Jordi Amat, la siguiente: «Si me dieran a escoger entre Cataluña y la libertad, escogería la libertad». Aunque ignoro si llegó a ser consciente de ello, le dieron a escoger, claro. Y así le fue.

ABC, 23 de mayo de 2009.

Ramón Trias Fargas

    23 de mayo de 2009