Uno, la verdad, no espera ya gran cosa de los políticos. Y menos en campaña. Pero hay niveles de estulticia difícilmente superables. Estos días hemos visto y oído de todo, a un lado y otro del tablero. Aun así, la traca la ha puesto, cómo no, el presidente del Gobierno en su última aparición catalana. Cuando pisa Cataluña, ese hombre se transforma. Cataluña es el granero, cierto. Los 25 diputados. El triunfo sobre la derecha. Todo eso cuenta, vaya si cuenta. Y todo eso hay que cuidarlo, en especial cuando pintan bastos electorales. Pero hay más, sin duda. Ese hombre —no descubro nada— es un mar de tópicos. O una suerte de tópico andante, como prefieran. Y, en ese terreno, Cataluña ocupa un primerísimo lugar. Quiero decir que Cataluña ha sido siempre para él un modelo, un ideal, una pasión —un tópico, en una palabra—. En su fuero interno, Cataluña es más que un país, del mismo modo que el Barça, su Barça, es más que un club, y del mismo modo que él, José Luis Rodríguez Zapatero, es, o por lo menos se considera, más que un presidente. Da igual que ese ensamblaje no tenga otro sustento que el meramente sentimental. Hace ya mucho tiempo que ese hombre ha puesto en fuga a la razón.

De ahí que este jueves, en el pabellón de la Mar Bella, se saliera. En lo manido, se entiende. Por ejemplo, cuando afirmó que sólo podría vencer en las elecciones de mañana si «la Cataluña culta, europea y moderna» votaba. Otra vez África, el analfabetismo, la España negra. Otra vez la Cataluña pujante, ilustrada, tan distinta del resto de la Península que sólo ella puede aspirar legítimamente a la condición de europea. Trasladen el tópico a cualquier otra región de cualquier otro país de Europa y seguro que todavía se mondan. Pues bien, aquí no, aquí cuela. Desde hace décadas. Al igual que también cuela la invocación del «una, grande y libre», que es como hay que entender la llamada presidencial a «combatir a aquellos que quieren imponer una sola lengua, una sola moral, un solo credo». Por supuesto, esos totalitarios, a juicio de Rodríguez Zapatero, no son otros que los que votan a la derecha. A la derecha española y españolista, claro, no a la autonómica y, en buena medida, independentista. En definitiva, esos indeseables son los que votan a la «derechona».

Contra el tópico no hay nada que hacer, excepto denunciarlo y confiar que, con el paso del tiempo, vaya dejando de ser común. Pero, ya que ha habido que sufrir esa interminable campaña electoral, quizá no estará de más indicar que, en Cataluña, los únicos que quieren imponer una sola lengua, una sola moral y un solo credo son los partidos que defendieron a capa y espada la necesidad de un nuevo Estatuto, entre los que se encuentra, en un primerísimo plano, el que lidera Rodríguez Zapatero. Y, si todavía les queda alguna duda al respecto, lean el proyecto de ley de educación catalana, emanado del nuevo Estatuto, y la disiparán al punto.

ABC, 6 de junio de 2009.

Lengua, moral y credo

    6 de junio de 2009