Si son ustedes de los que tienen algún hijo en edad escolar, y ese hijo o esa hija no ha empezado aún el bachillerato, háganme caso: recojan sus cosas —y, entre ellas al hijo o la hija, claro— y lárguense. De verdad, no se lo piensen dos veces. Por un lado, eso de Cataluña, se mire por donde se mire, está cada día peor. Pero es que, además, entre que la nueva ley de educación va a aprobarse dentro de nada y que el Gobierno de la Generalitat parece dispuesto a aplicar la iniciativa ministerial por la que los estudiantes de primero de bachillerato que suspendan tres o cuatro asignaturas no tendrán que repetir curso, cualquier demora en la huida será fatal. ¿Que adónde hay que ir? Pues depende de sus posibilidades. Si le alcanza para una temporada en el extranjero, y a poder ser en un país civilizado, no le dé más vueltas y emprenda el viaje ya mismo. Si sólo le llega para una mudanza doméstica —y perdonen el anglicismo—, traten, ante todo, de que el lugar de destino no forme parte de eso que llaman los Países Catalanes, no vaya a suceder que salgan del fuego para caer en las brasas. Y, luego, procuren que el Gobierno de la Comunidad en la que sienten sus reales no sea copartícipe de la mencionada iniciativa ministerial, que es como decirles que se aseguren de que los socialistas forman parte de la oposición.

Por supuesto, todos esos consejos no tienen otro horizonte que el bienestar de sus muchachos. Y es que si mal estaban las cosas para un aspirante a bachiller, peor van a estar en adelante allí donde se aplique esa barbaridad que acaba de bendecir el Ministerio de Educación. ¿Cómo quieren que tome algún interés por sus estudios un chaval al que, después de haber suspendido tres o cuatro asignaturas —o sea, el cincuenta por ciento de la materia cursada—, le permiten no repetir el curso entero y matricularse únicamente de las que tiene pendientes? ¿Y al que incluso le dejan matricularse de las demás, de las que ya tiene aprobadas, con la garantía de que si saca peor nota le va a contar la del año anterior? ¿Cómo quieren que alguien así participe de la clase y se integre en el grupo de alumnos que, al cabo —si no vuelve a suspender tres o cuatro—, va a ser el que lo acoja —si no suspende por tercera vez— en su último curso como bachiller? Por no hablar, claro, de las dificultades que todas esas componendas acaban generando en la organización de los centros docentes, cuyos responsables bastantes problemas tienen ya con la falta de espacio, la conflictividad del alumnado, las carencias del presupuesto y la inestabilidad —laboral y psicológica— de maestros y profesores.

Entonces, quizá se pregunten ustedes, ¿a qué viene esa iniciativa, si no favorece a nadie? No se me ocurre más que una respuesta: la estadística. Cuanto más tiempo permanezcan esos chicos matriculados, más tarde aparecerán en las estadísticas del abandono escolar. Y a un político, por desgracia, no le interesa nada más.

ABC, 27 de junio de 2009.

Adiós, muchachos

    27 de junio de 2009