No, no se trata de un remedo del famoso Seisdedos, aquel cabecilla anarquista de Casas Viejas que en enero de 1933 proclamó el comunismo libertario en la población tras cepillarse a dos guardias civiles y antes de que un destacamento de guardias civiles y de asalto enviado por el Gobierno de Azaña redujera su hazaña y la de los suyos a la exposición fotográfica de unos cuerpos acribillados, asfixiados o carbonizados. Aquel hombre, y de ahí su mote, tenía seis dedos. Este, en cambio, tiene cinco, como la mayoría de los mortales, sólo que uno, el pulgar de la mano derecha, lo lleva encogido. O doblado. No cuando da la mano, sino cuando la levanta. O sea, no cuando saluda de forma civilizada, sino cuando colma, brazo en alto, los bajos instintos de sus seguidores.

A Cuatrodedos los catalanes —o sus representantes políticos, para ser precisos— lo han hecho presidente de su nacioncilla. Y, claro, el hombre está que no cabe en sí de gozo. Por eso, a la mínima, va y encoge el pulgar. Además, no han sido sólo los suyos quienes le han encumbrado; también los otros. O sea, quienes en teoría debían oponerse a su nombramiento, en la medida en que se oponían —o eso creíamos— a sus principios ideológicos y programáticos. ¿Existe mayor placer, para un dirigente político, que el de ver a su máximo rival rendido a sus pies? Aunque luego ese máximo rival quiera vestir su propia rendición de simple acuerdo coyuntural, es evidente que la dejación de sus funciones opositoras supone una capitulación en toda la regla. Y, por si no bastaba con ello, la incorporación de un destacado representante del otrora partido opositor a las tareas del nuevo Gobierno sirve para demostrar que ya sólo hay vida donde Cuatrodedos.

De ahí que a nadie haya alterado lo más mínimo, en la catalana tierra, la noticia de que el nuevo presidente no piense aplicar ninguna de las sentencias que el Tribunal Supremo acaba de emitir en relación con la inmersión lingüística. Él sólo se debe —lo recordó el pasado lunes, en su discurso palaciego— al pueblo de Cataluña. Pero, entiéndase, no al pueblo en tanto que conjunto de ciudadanos que deciden libremente mediante el voto, etc., etc. Que va. Eso es una mera construcción, un artificio, algo propio de los Estados. La devoción de Cuatrodedos tiene por objeto el pueblo milenario, o sea, una entelequia, a la que piensa dedicar —asegura— todos sus esfuerzos hasta alcanzar la «plenitud nacional».

Llegado el momento, el hombre podrá por fin desdoblar el pulgar derecho y extender, sin límite alguno, esa mano alzada y victoriosa.

ABC, 31 de diciembre de 2010.

Cuatrodedos

    1 de enero de 2011