Sigo con verdadero interés la trayectoria política de Ferran Mascarell. Su caso me parece digno de estudio. De no ser porque el adjetivo tiene una connotación inequívocamente positiva, diría incluso que se trata de un caso ejemplar. Como saben, Mascarell se convirtió a finales del pasado año en el consejero de Cultura del primer gobierno de Artur Mas, tras haber ejercido el mismo cargo en 2006 en el último de los gobiernos de Pasqual Maragall. Con anterioridad, su actividad en el sector público se había desarrollado siempre en el área de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, donde fue subiendo peldaños hasta alcanzar el de concejal del ramo. En definitiva: después de una vida política ligada al Partit dels Socialistes de Catalunya —al que se afilió, según propia confesión, en 1983 o 1984—, Mascarell ha aceptado proseguir esa vida política en un gobierno monocolor de Convergència i Unió.

Lo cual, más allá de la singularidad del caso —antes que él, nadie en la España constitucional había ejercido un cargo semejante en dos partidos tan diametralmente opuestos—, no debería tampoco causar demasiada extrañeza. Y menos en la Cataluña política, donde todo o casi todo resulta intercambiable. Lo que sí merece ser destacado es el empecinamiento de Mascarell en conservar su carné socialista. O, lo que es lo mismo, su renuencia a darse de baja, tal como le pidió en su momento el todavía secretario general José Montilla. Las razones que esgrime el consejero son, como mínimo, curiosas. Por un lado —afirma—, él sigue siendo socialdemócrata y catalanista. Por otro, por más que pagara religiosamente las cuotas, él se ha considerado siempre «un independiente desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista mental», y es esa misma independencia la que debería permitirle, a su juicio, aceptar la oferta de Mas sin por ello tener que renunciar a su militancia en el partido.

La primera razón no resiste la prueba de los hechos. En Convergència existe también una corriente socialdemócrata, y del catalanismo ni les cuento. En cuanto a la segunda, no seré yo quien vaya a decirle a Mascarell cómo debe considerarse —si dependiente o independiente—, pero convendrán conmigo en que satisfacer la cuota de un partido durante más de un cuarto de siglo y ejercer a un tiempo distintos y bien remunerados empleos allí donde ese partido ha estado gobernando no parecen circunstancias fácilmente disociables. Sí, mal que le pese al interesado, no habría habido cargos sin carné. Y, por supuesto, tampoco habría habido oferta convergente.

ABC, 15 de enero de 2011.

El cargo y el carné

    15 de enero de 2011