Lo vemos cada día con el problema de la lengua y de su uso. De nada sirve razonar. En el caso de la enseñanza, por ejemplo, de nada sirve apelar al derecho de los padres a que sus hijos sean escolarizados en castellano, idioma oficial del Estado y, hasta nueva orden, de Cataluña. ¿Para qué vamos a cambiar el sistema, suele argüirse desde el poder, si nadie o casi nadie lo está reclamando? Y si uno insiste en que sí, en que hay quien lo está reclamando, entonces esas mismas instancias acostumbran a replicar que una remoción del sistema pondría en peligro la cohesión social. Total: lo mejor es no tocar nada y que las cosas se queden como están.
Otro tanto ha ocurrido esta semana con el dichoso pinganillo del Senado. Hay quien ha criticado el coste de la medida en tiempos de crisis. Hay quien ha tildado el espectáculo de esperpéntico, por cuanto España dispone de una lengua común, en la que siempre se han entendido sus ciudadanos. Nada, todo inútil. En último término, el argumento ha sido el de siempre: ¿a quién perjudica que algunos senadores den rienda suelta a su sentimentalidad? ¿Para qué vamos a modificar un reglamento que no hace daño a nadie y, en cambio, reconforta a unos cuantos? Pues eso.
Y, en fin, parece que en Barcelona PSC y CIU han llegado a un acuerdo para retocar la ordenanza de civismo e impedir que, en adelante, la gente pueda pasearse desnuda o medio desnuda por la calle. Ni siquiera estará permitido que lo haga en bañador, a no ser que se halle en una zona próxima a una playa. A buenas horas. Aun así, la medida, que entrará en vigor en verano y prevé multas de distinta cuantía según el grado de despelote, no ha contentado a todo el mundo. Ricard Gomà, el candidato de ICV-EUIA, ya la ha tachado de «ridícula». ¿Por qué? Pues porque «afecta a una conducta puntual que no ha generado ningún conflicto». ¿Qué entenderá el candidato ecosocialista por conflicto? ¿Acaso no basta con el que resulta de tener que soportar, en plena vía pública, la exhibición de determinados cuerpos?
Nada, ni por esas. Para él, que las cosas se queden como están.
ABC, 22 de enero de 2011.