Los primeros movimientos del Movimiento acaudillado por Artur Mas han sido hasta cierto punto desconcertantes. O contradictorios, si lo prefieren. Por un lado, y en consonancia con la promesa electoral de soltar lastre, Mas ha achicado el Gobierno. O sea, ha suprimido departamentos y ha reducido, en paralelo, el número de secretarías generales y de altos cargos. Se trata, sin duda alguna, de una decisión acertada. En tiempos de crisis, cualquier recorte en el gasto público, y en particular en el estructural, debe ser bienvenido. Por lo demás, todo indica que a esa medida le van a suceder en las próximas semanas otras de naturaleza similar, hasta alcanzar las de mayor calado económico, esto es, las que han de afectar a una parte sustancial del centenar de entidades, empresas y consorcios dependientes de la Generalitat. Habrá que esperar, pues, para comprobar cuál es la magnitud —y la importancia cualitativa— del «tijeretazo» catalán. Aun así, parece que por ese lado vamos bien.

No puede decirse lo mismo del desmantelamiento del Gobierno saliente. Es verdad que la reducción de departamentos ha traído consigo una redistribución de funciones. Así, parte de las competencias que las consejerías gobernadas por ERC o ICV-EUIA habían acumulado en las anteriores legislaturas por el simple prurito de acaparar determinadas áreas han vuelto donde solían y donde el sentido común aconseja que estén —excepto la política lingüística, que jamás debería haber retornado a Cultura—. Pero lo sorprendente es que ello no ha comportado hasta la fecha ninguna liquidación de existencias. Les pongo un ejemplo. Roser Clavell, la mano derecha de Carod en asuntos exteriores, la que le preparaba aquellos viajes fastuosos en los que, aparte de coleccionar chapas, agenciarse lanzas y colocar a la familia, el Josep-Lluís por antonomasia inauguraba embajadas de cartón, ha sido ratificada en su puesto por Artur Mas. ¿Un premio a su trabajo? Tal vez, pero, en cualquier caso, una demostración de que el Movimiento se demuestra andando.

Y aún hay más. El Memorial Democrático, ese fortín ideológico que el exconsejero Saura levantó a mayor gloria del comunismo autóctono y cuyo fin manifiesto ha sido siempre la revisión de la historia, empezando por la de la guerra civil, ha ido a parar a Gobernación. Quiero decir que, lejos de eliminarlo, Mas ha vinculado sus destinos al ámbito de su vicepresidenta, la democristiana Joana Ortega.

En otras palabras: el comunismo redivivo legitimado por la democracia cristiana. Vivir para ver.

ABC, 8 de enero de 2011.

Movimientos a la catalana

    8 de enero de 2011