Algo así deben de pensar también en estos momentos los responsables de Educación en Cataluña. Tanta ley de leyes, tanto pulso con Madrid a propósito de la tercera hora de castellano, tanto tira y afloja, y al final resulta que se les ha colado un troyano y de la forma más impensada. Y, si no, juzguen ustedes.
Este año 6.000 alumnos de 70 centros de secundaria catalanes han empezado a estudiar con libros digitales en vez de hacerlo con los libros de texto tradicionales. Y he aquí que la editorial que ha producido esos materiales, lejos de considerar que Cataluña era su única patria y su único negocio —y el catalán, en consecuencia, su única lengua—, ha elaborado sus manuales pensando en un mercado más amplio, el mercado español. Lo cual no constituye ninguna novedad, pues muchas editoriales de libros de texto ya venían adaptando sus productos a las características de cada Comunidad. Entre estas características está, claro, la lengua. Pero no la lengua como materia de estudio, sino como instrumento, como vehículo de comunicación.
Pues bien, si antes había que editar una versión del libro en catalán para Cataluña y otra en castellano para lo que quedase de España, ahora basta con un clic en la pestaña destinada al cambio de lengua para transitar de un libro a otro. No sé si reparan en la trascendencia del hecho. El alumno —de primero de ESO, pongamos por caso— está en clase y, aun cuando el maestro, cautivo de la militancia o de la disciplina, esté impartiendo la asignatura en catalán, él puede seguirla, si no entiende algún pasaje o, simplemente, si así lo desea, en castellano. Y lo mismo pasa —incluso con una libertad mayor, pues ni siquiera siente el aliento del docente— cuando se halla en casa, haciendo los deberes.
Por supuesto, no han tardado en sonar las alarmas y ya hay quien ha pedido encarecidamente a los responsables del Departamento que hagan lo imposible por bloquear el acceso al cambio de lengua y no dejen, como hasta la fecha, el marrón en manos de la dirección de cada centro. O, en último término, en manos del maestro, que vaya usted a saber si no es también un troyano, aunque en esta ocasión de carne y hueso.
Ignoro cuánto tiempo vamos a estar disfrutando de esa pequeña e insólita libertad lingüística. Pero, dure lo que dure la fiesta, bienvenida sea. Entre otras cosas, porque demuestra que es mucho más difícil controlar la tecnología que las conciencias.
ABC, 17 de octubre de 2009.