Y sí, existe. Y no sólo existe, sino que se instauró hace tres lustros. Ahí es nada, tres lustros celebrándose cada 5 de octubre y yo, que llevo buena parte de mi vida ejerciendo de docente, sin enterarme. En todo caso, convendrán conmigo en que lo de este año no tiene parangón: el despliegue de los medios, la publicación de la entrevista con el ministro del ramo, la difusión de la carta del mismísimo presidente del Gobierno y, en general, las innumerables referencias, por parte de la sociedad civil, a la importancia del evento. No sé qué habrá ocurrido que justifique semejante traca —tal vez el pacto educativo en ciernes, tal vez la ley de autoridad del profesor de la Comunidad de Madrid—, pero, sea lo que fuere, hay que felicitarse por ello. Toda iniciativa que ponga el acento en la importancia social de maestros y profesores puede ayudar a sacarlos del sumidero en que se encuentran.
Por lo demás, la culpa de que exista un Día Mundial del Docente la tiene la Unesco. No es de extrañar. Si un organismo ha sembrado el calendario de días con mayúscula, este organismo ha sido la Unesco. A este paso, pronto no van a quedar días minúsculos, días cualesquiera, anodinos, idénticos, banales. Mientras sea para bien… De todos modos, lo que sí habría que procurar es que esos Días tuvieran un mínimo eco. Que no pase, por ejemplo, lo que está pasando con el Día Internacional de la Lengua Materna, que nadie, excepto alguna voluntariosa asociación bilingüista, suele celebrar. Comprendo que su objetivo —«propiciar el uso de las lenguas maternas en la educación desde la edad más temprana»— resulte algo molesto. Sobre todo en la España autonómica, donde no parece existir otra lengua materna que la mal llamada «propia». Pero, qué quieren, aquí o todos moros o todos cristianos. Que es como decir que todos los Días deberían ser iguales.
ABC, 11 de octubre de 2009.