Veamos. Según la Unión de Consumidores de España (UCE), ni Iberia ni ninguna otra compañía aérea tienen derecho a establecer un cobro adicional por las maletas facturadas. Lo dice la Ley de Navegación Aérea: «El transportista estará obligado a transportar, juntamente con los viajeros y dentro del precio del billete, el equipaje, con los límites de peso y volumen que fijen los reglamentos». O sea, que lo único que puede ser objeto de recargo es el exceso. Como todo en la vida, al cabo.

Claro que una cosa es la ley y otra muy distinta lo que uno acabe haciendo con ella. En este sentido, no parece que las compañías de «low cost» tengan la legislación en gran estima. Al menos, a juzgar por su costumbre de cobrar por todas y cada una de las maletas que sus sufridos viajeros deciden facturar. De nada sirve que la UCE, en nombre de los consumidores, haya presentado denuncias contra esas compañías; la Administración, de momento, no contesta. Ya sólo faltaba que Iberia, amparándose en un Reglamento europeo, anunciara su intención de sumarse a la fiesta. Será que la impunidad es buena consejera.

En lo que a mí respecta, sobra decir que estoy con los consumidores. O sea, con la ley. ¿Cómo no voy a estarlo si, aparte de tenerme por un ciudadano legalmente ejemplar, resulta que he sido también, de tarde en tarde, uno de esos damnificados? Pero es que, además, me asiste otra razón. Una razón de peso. Yo soy de los que creen que no hay separación posible entre viajero y maleta, que el hecho de que el equipaje no pueda ir siempre con uno y deba facturarse constituye una gran tragedia. Porque a menudo ese equipaje suele perderse, claro, pero, sobre todo, porque es como si a una tortuga la privaran de golpe, durante horas, de su caparazón. Hay algo antinatural, inevitablemente traumático, en esa norma. La maleta es parte del viajero, un objeto que, le guste o no, debería llevar siempre consigo. Y si en los aviones hay veces en que a uno no le queda más remedio que prescindir de ella, lo mínimo que cabe exigir a las compañías es que, encima, no se lo hagan pagar.

Y si alguno de ustedes cree que exagero, atienda a lo que le sucedió a Mick Skee, un ciudadano británico que viajó a Mallorca hace un año con la aerolínea Jet2. Skee, al que tiempo atrás hubo que amputar ambas piernas debido a una enfermedad y que, por ello, anda con unas extremidades ortopédicas, se desplazó a la isla con otras de repuesto, por si las moscas. Pues bien, Jet2, que no cobra —todavía— cargo alguno a quienes precisan embarcar una silla de ruedas, le exigió 10 euros de suplemento por facturar sus segundas piernas.

Se ve que, aquí como allí, «business is business».

ABC, 18 de octubre de 2009.

El viajero y su maleta

    18 de octubre de 2009