Si ahora lo traigo a colación no es, en modo alguno, por el reciente protagonismo de las formas góticas en nuestra política exterior, ni tampoco por el preocupante nivel que, a juzgar por el último índice del centro de análisis Health Consumer Powerhouse, tiene la sanidad española. No, lo que en verdad me interesa es la proliferación, en nuestra vida política, de determinadas metáforas y, de manera notoria, de las relacionadas con la salud. En lo tocante al cordón de Luppi, por ejemplo, el éxito ha sido espectacular. Y casi siempre con el PP como foco infeccioso, aunque otras entidades, entre las que se halla este periódico, se hayan hecho también acreedoras al tropo profiláctico. En cuanto a la naturaleza del sujeto emisor, quien más ha recurrido al cordón de marras ha sido ERC. Incluso con variantes, como cuando en la pasada legislatura Joan Ridao declaró la provincia de Gerona «territorio liberado del PP».
Y fue precisamente Ridao quien, no hace mucho, volvió a echar mano de la metáfora. Pero no de la del cordoncito, ya muy sobada, sino de una nueva. Para el dirigente independentista, una posible sentencia del Tribunal Constitucional contraria al Estatuto catalán equivaldría a aplicar «una castración química a la voluntad del pueblo de Cataluña». Lo cual es de una gravedad extrema. Sobre todo tratándose de Ridao. ¿O acaso no está comparando, con su metáfora, a los catalanes con los violadores reincidentes, y al Constitucional con la Generalitat, que es la responsable de semejante medida? Peor aún: dado que la medida debe contar con el consentimiento del violador para ser aplicada, ¿acaso no está sugiriendo Ridao —muy a su pesar, sin duda— que al pueblo de Cataluña ya le parece bien la posibilidad de que la sentencia sea contraria al Estatuto —por no decir que lo agradece—?
Manolete, Manolete…
ABC, 4 de octubre de 2009.