No sabría decir si la lectura del poema fue antes o después del juego. Y, en el caso de que fuera antes, si tuvo o no tuvo alguna influencia en lo que vino después. Sea como sea, de algo estoy seguro: yo jugué, de joven, a lo mismo a lo que jugó, también de joven, Arthur Rimbaud. A colorear vocales. Pero no como esos niños que, armados de un haz de lápices, van rellenando la tripa de unas letras cuyos contornos aparecen impresos en una hoja de papel. No, lo mío era de palabra. Como lo de Rimbaud y su poema —salvadas sean, claro, todas las distancias—. Yo le asignaba a cada vocal un color. Su color, el que yo veía irremediablemente unido, como un halo, a la letra. Y lo comentaba con los compañeros de clase. Con aquellos a los que les ocurría lo propio, a veces coincidíamos en la asignación de ciertos colores —que si la a era roja, por ejemplo, o la e verde— y a veces no. La discusión, si la había, podía alargarse de forma indefinida. Eso sí, detrás de cada apareamiento no existía razonamiento alguno. Sólo la percepción de cada cual, intransferible. Supongo que no hace falta añadir que, del mismo modo que yo no era Rimbaud, tampoco mis asociaciones eran en absoluto las de su poema.

Todo lo anterior me ha venido a la memoria después de leer el interesante reportaje que P. Quijada publicó el pasado sábado en el suplemento «Salud» de ABC. Resulta que lo que yo experimentaba entonces —y lo que experimentaban, claro, cuantos como yo jugaban a aquel juego— era una especie de sinestesia. Modesta, ciertamente, y algo tangencial, pero sinestesia al cabo. Nosotros no veíamos colores en las palabras, pero sí en ciertas letras. Lo que ya no me atrevería a afirmar es que la relación se estableciera, como parece preceptivo, entre el sonido de la vocal y el color que dicha vocal traía apareado. O sea, entre sentidos. No, yo creo que lo nuestro era más bien producto de la imaginación. Nos concentrábamos en una vocal y, a fuerza de concentrarnos, a esta le salían, como si dijéramos, los colores. En cambio —y confieso que el hallazgo ha supuesto para mí una revelación—, una de las personas sinestésicas que aparecen en el reportaje de Quijada ha estudiado Bellas Artes, por lo que es muy probable que se dedique hoy en día a la pintura. En tal caso, esa persona no hará sino mezclar colores y crear con ellos sensaciones que van mucho más allá de las estrictamente visuales. Es decir, pondrá en práctica una destreza natural —sin que ello quite, claro, un ápice de valor a lo que su talento acabe destilando—.

Y luego vendremos los demás y, al contemplar el resultado de su trabajo, nos asombraremos de lo que la imaginación, la muy puñetera, habrá sido capaz de producir.

ABC, 22 de marzo de 2009.

Más allá del gris

    22 de marzo de 2009