No se alarmen. No me refiero a este juego. O, mejor dicho, sí me refiero a él, pero no en el sentido que suele darle la gente, sino en el que le daba una campaña ya lejana del Ministerio de Sanidad en la que se veía a un presunto abuelito ofrecerle a su presunta nieta un medicamento que acababa de sacar de lo que parecía un botiquín. Como soporte de la imagen, podía leerse: «Todavía hay gente que sigue jugando a los médicos». Y, algo más abajo, el lema de la campaña: «La salud no es ningún juego».

Por supuesto. Lo que no impide, claro, que cinco años más tarde la gente siga jugando a lo mismo, que es como decir que sigue medicándose o medicando al prójimo sin tener licencia para ello. ¿Por qué razón? Pues, en primer lugar, porque nada hay tan cómodo como resolver los problemas al instante, sin encomendarse a Dios ni al diablo, y en especial cuando estos problemas guardan relación con el malestar o el dolor. Y luego, porque, obrando de este modo, uno se ahorra la visita al médico. O sea, colas y gestiones. O sea, tiempo.

Y es que, por más que la sanidad pública haya mejorado en las últimas décadas, sigue dejando mucho que desear. Los ambulatorios no dan abasto, los servicios de urgencias están colapsados, las intervenciones quirúrgicas se posponen «sine die». Faltan médicos, aseguran los expertos. Sin duda. Pero también sobran enfermos. Y como lo primero parece más fácil de remediar que lo segundo, los responsables de nuestro sistema sanitario se aplican en ello. O, mejor dicho, ponen el grito en el cielo, que no otra cosa es lo que hizo la semana pasada el ministro del ramo, Bernat Soria, al afirmar que en 2025 vamos a necesitar 25.000 médicos más para cubrir las necesidades de la población. Y al proponer, como solución a esa carencia, un plan de choque entre cuyas medidas figuran el aumento del número de plazas en nuestras facultades de Medicina, la contratación de profesionales extranjeros o la repatriación de los médicos españoles que un buen día decidieron emigrar en busca de mejor suerte.

Por descontado, la aplicación de estas y otras medidas puede ser efectiva. Pero también puede serlo, insisto, una política que tenga como objetivo la reducción del número de enfermos. O, si lo prefieren, la detección precoz de los imaginarios, de los que, al menor síntoma, se plantan en el ambulatorio o, peor aún, en el servicio de urgencias de un hospital. ¿Y saben cómo puede lograrse, esa disminución? Pues muy sencillo: haciendo pagar a cada ciudadano una cantidad simbólica cada vez que acuda al médico. Ya verán como más de uno se lo piensa dos veces antes de ir. Y es que la salud —lo recordaba aquella campaña ministerial— no es ningún juego.

ABC, 15 de marzo de 2009.

Jugando a los médicos

    15 de marzo de 2009