El azar es maravilloso. El azar consiste, por ejemplo, en que uno esté leyendo los diarios de Amadeu Hurtado («Abans del sis d’octubre (un dietari)», Quaderns Crema, 2008) mientras José Montilla pronuncia un discurso en la sede del Institut d’Estudis Catalans. O, si lo prefieren, consiste en que uno esté leyendo lo que dice Hurtado que le dijo el presidente Companys el 8 de junio de 1934 a propósito de una sentencia del Tribunal de Garantías Constitucionales mientras se entera de lo que dicen que dijo el presidente Montilla el pasado lunes acerca de una sentencia del Tribunal Constitucional. Ante la posible inconstitucionalidad de algunos artículos de la Ley de Contratos de Cultivo, Companys afirmó entonces: «Ha llegado la hora de dar la batalla y de hacer la revolución. Es posible que Cataluña pierda y que algunos de nosotros dejemos en ello la vida; pero perdiendo, Cataluña gana porque necesita a sus mártires que mañana le asegurarán la victoria definitiva». Ante la posible inconstitucionalidad de algunos artículos del nuevo Estatuto de Autonomía —y, en particular, del que prescribe la obligación de conocer el catalán—, Montilla acaba de afirmar: «Creo que es mi deber como presidente de la Generalitat recordar que una hipotética desautorización constitucional del modelo lingüístico que ha funcionado durante 25 años sería también una descalificación del modelo de convivencia que la sociedad catalana se ha dado a sí misma, de manera prácticamente unánime».

Por descontado, las formas no son las mismas. Resulta difícil imaginar hoy a José Montilla recibiendo «a tiros» al supuesto enemigo exterior, que es como pensaba recibirlo entonces Lluís Companys —así lo confesaba a Hurtado y así lo puso en práctica a los pocos meses, aunque desenfundando él primero—. Y más difícil resulta imaginarle dejándose la vida en el empeño. Pero, a pesar de que las formas no son las mismas, la reacción sí lo es. Tanto Companys como Montilla, cada cual en su circunstancia, necesitan hacerse perdonar su lenidad ideológica, su falta de compromiso con la patria; su pasado, en definitiva. Y no encuentran mejor modo de hacerlo, de proclamar su nacionalismo, de demostrar que «¡por Cataluña!» están dispuestos a todo, que ponerse fuera de la ley. Y no de cualquier ley. De la suprema, de la magna, hasta el punto de desobedecer las sentencias de quienes poseen el mandato de interpretarla.

Estos días, a raíz de los resultados electorales del País Vasco y de la posibilidad de que se constituya allí un gobierno no nacionalista, se está hablando de nuevo del final de la transición. O, lo que es lo mismo, de que por fin el PNV y sus correajes pueden pasar a la oposición. Bien está, como decía aquel. Pero no por ello debería olvidarse que el único trozo de España donde aún no ha terminado la transición —o sea, donde el nacionalismo no ha pasado nunca a la oposición— es Cataluña. Y que gran parte de la culpa de que estemos como estamos la tienen José Montilla y su partido. Y quienes les votan, claro.

ABC, 7 de marzo de 2009.

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    7 de marzo de 2009