Por descontado, las formas no son las mismas. Resulta difícil imaginar hoy a José Montilla recibiendo «a tiros» al supuesto enemigo exterior, que es como pensaba recibirlo entonces Lluís Companys —así lo confesaba a Hurtado y así lo puso en práctica a los pocos meses, aunque desenfundando él primero—. Y más difícil resulta imaginarle dejándose la vida en el empeño. Pero, a pesar de que las formas no son las mismas, la reacción sí lo es. Tanto Companys como Montilla, cada cual en su circunstancia, necesitan hacerse perdonar su lenidad ideológica, su falta de compromiso con la patria; su pasado, en definitiva. Y no encuentran mejor modo de hacerlo, de proclamar su nacionalismo, de demostrar que «¡por Cataluña!» están dispuestos a todo, que ponerse fuera de la ley. Y no de cualquier ley. De la suprema, de la magna, hasta el punto de desobedecer las sentencias de quienes poseen el mandato de interpretarla.
Estos días, a raíz de los resultados electorales del País Vasco y de la posibilidad de que se constituya allí un gobierno no nacionalista, se está hablando de nuevo del final de la transición. O, lo que es lo mismo, de que por fin el PNV y sus correajes pueden pasar a la oposición. Bien está, como decía aquel. Pero no por ello debería olvidarse que el único trozo de España donde aún no ha terminado la transición —o sea, donde el nacionalismo no ha pasado nunca a la oposición— es Cataluña. Y que gran parte de la culpa de que estemos como estamos la tienen José Montilla y su partido. Y quienes les votan, claro.
ABC, 7 de marzo de 2009.