Puede que alguno de ustedes se haya visto en alguna ocasión en el trance de tener que hablar en público. Una conferencia, por ejemplo. O el acto de presentación de un libro, bien como autor, bien como glosador. O incluso una clase, de esas que se impartían antes en los institutos y que muy pronto, por obra y gracia del proceso de Bolonia, ni siquiera van a impartirse ya en la universidad. Pues bien, de ser usted uno de estos individuos, seguramente se habrá encontrado alguna vez con la sala casi vacía. Tan vacía, que le habrá bastado con una simple ojeada para saber si los presentes eran trece o catorce. Se trata de una sensación bastante desagradable. Aunque uno procure reponerse y cumplir lo mejor posible con su cometido, no hay duda que la falta de público acabará condicionando, poco o mucho, su intervención.

Si ello es así para las personas normales, figúrense lo que será para un político. Un drama. Un desastre. La hecatombe. Téngase en cuenta que, en este caso, la prensa se dejará caer por allí y dará noticia del hecho. De ahí que los políticos y quienes les secundan intenten por todos los medios evitarlo. ¿Cómo? Muy fácil: llamando a somatén. A la militancia, en primer término, que para eso está. Y, si no, a los cargos del partido, que para eso cobran. Ocurre, sin embargo, que esos cargos, cuando el partido en cuestión ejerce el poder, lo son también de la Administración. Cargos de confianza, les llaman. Y ocurre que, en esa Administración, se relacionan, jerárquicamente, con funcionarios cualificados. Como es natural, el día en que esos cargos de confianza tienen que llenar una sala porque el político al que sirven presenta un plan de choque, o hace balance, o elucubra por un tubo, echan mano del personal más cercano. O sea, de los funcionarios cualificados. Da igual si son o no militantes. Poco importan sus simpatías políticas. Se les conmina a asistir, so pena de verse relegados, en un futuro, a tareas mucho menos lustrosas. O, lo que es lo mismo, mucho menos retribuidas.

Así las cosas, a nadie debería extrañar lo sucedido el jueves de la pasada semana en el Auditorio del Macba. El consejero Saura conferenciaba sobre «La modernización social y ecológica de Cataluña» y alguien de su Departamento tuvo la feliz idea de enviar una directriz interna a una veintena de guapos Mossos, de inspector para arriba, para que acudieran al acto. ¿Había que llenar, no? El problema es que los agentes iban uniformados y eran todos de alta graduación. Vaya, que, además de hacer bulto, cantaban. La inexperiencia, sin duda. A Convergència i Unió, como es lógico, le ha faltado tiempo para denunciar semejante práctica. Lleva razón. Y más llevaría si hubiera aprovechado la ocasión para reconocer que, durante los largos años en que gobernó la Generalitat, hizo lo propio. Eso sí, sus funcionarios, Mossos o no, iban entonces de paisano. Lo que no quita, claro, que aplaudieran con el mismo ahínco.

ABC, 20 de diciembre de 2008.

La conferencia de Saura

    20 de diciembre de 2008