Se pregunta el consejero Huguet por qué ellos sí y nosotros no. Ellos son los habitantes de Groenlandia; nosotros, los de Cataluña. Como sin duda ya conocen, los groenlandeses acaban de aprobar en referéndum la ampliación de su Estatuto de Autonomía. Y lo aprobado no es moco de pavo. Apunten: derecho a la autodeterminación, conversión del groenlandés en única lengua oficial —hasta ahora también lo era el danés—, y control y explotación de los recursos petrolíferos. Visto lo cual, resulta de todo punto comprensible que el consejero se pregunte lo que se pregunta.

Así pues, y sin otro afán que el de sacarle de dudas, vamos a tratar de contestar a la pregunta. O, lo que es lo mismo, vamos a tratar de explicar por qué Cataluña, mal que le pese al consejero, no tiene comparación posible con Groenlandia. Dejemos a un lado las historias respectivas, harto dispares, y centrémonos en el presente. La población groenlandesa, asentada en un territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados, apenas sobrepasa los 57.000 habitantes. La población catalana, instalada en uno de poco más de 32.000, supera ya los 7,3 millones. Sobra decir que dos sociedades con densidades tan diametralmente opuestas —0,026 habitantes por kilómetro cuadrado en el primer caso, 223,9% en el segundo— y con sistemas de vida tan divergentes —de lo más homogéneo el groenlandés, donde todo o casi todo gira alrededor de la pesca; de lo más heterogéneo el nuestro— no admiten demasiadas similitudes. Ni siquiera en su relación con el Estado en que se insertan. Baste recordar, más allá de singularidades geográficas o climáticas, lo que nuestros nacionalistas llaman, con probado fervor, las balanzas fiscales. Les supongo al corriente de lo mucho que aportamos al conjunto del Estado; pues bien, Groenlandia no aporta nada al conjunto de Dinamarca, sino que es el Gobierno danés el que dedica cada año cerca del 30% de su PIB a subvencionar el inmenso islote. Se entiende, pues, que no le importe soltar lastre.

Y lo que es peor. Puestos a imaginar lo que sería de Cataluña si dispusiera de unos recursos petrolíferos como los de Groenlandia y pudiera explotarlos a su antojo, tampoco en eso la comparación surtiría efecto. Porque esa explotación petrolera será tanto más factible cuanto más progrese el cambio climático —es decir, cuanto más se acreciente el deshielo— y ya saben que nuestra izquierda gobernante, tan preocupada por el medio ambiente, jamás permitiría semejante agresión al ecosistema.

Aunque, bien mirado, sí existe un parámetro que permite comparar un país con otro. Un parámetro cultural: el sueño. Para los groenlandeses, el sueño es una unidad de distancia entre dos puntos. Tantas noches viajadas, tantos sueños. Y aunque en Cataluña todavía medimos las distancias en kilómetros, eso sólo vale para las físicas. Las sentimentales hace tiempo que las medimos también en sueños, sobre todo desde que nos gobierna el nacionalismo. Soñamos con la autodeterminación, con la independencia, con el Estado propio. O con que Cataluña es Groenlandia. Y seguimos soñando, tan felices.

ABC, 29 de noviembre de 2008.

El sueño catalán

    29 de noviembre de 2008