​Parece que el orgullo de los afiliados a los sindicatos campestres es incompatible con la fría indiferencia del diccionario. En otras palabras: esos hombres y mujeres del campo se sienten felizmente rurales —rurales a mucha honra, como si dijéramos— y, aun así, la Real Academia Española, en la segunda acepción del vocablo que tanto les enorgullece, les sigue teniendo por «inculto(s), tosco(s)» y «apegado(s) a cosas lugareñas». Claro que por poco tiempo. Y es que el ministro Gabilondo —que, otra cosa no, pero corrección política sí posee— acaba de comunicar a los representantes de los sindicatos campestres que la cosa está hecha, que en la próxima edición del «Diccionario de la Real Academia», prevista para 2014, lo rural será ya sólo lo «perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores». Fenomenal. Dentro de tres años los españoles, aparte de contemplar como se celebra en Cataluña el tricentenario de los Decretos de Nueva Planta y acaso un referéndum por la independencia, podrán felicitarse de que los hombres y las mujeres del campo, gracias a la inestimable ayuda de unos liberados sindicales y de un ministro del Reino, hayan visto por fin dignificada su condición. Lo que no sabemos, a estas alturas, es qué suerte van a correr las acepciones de otros vocablos emparentados con el agraciado. Pienso, por ejemplo, en «agreste», o en «aldeano», o hasta en «rústico», marcados todos ellos, en alguna de sus acepciones, por la tara de la incultura y la tosquedad. Supongo, eso sí, que los académicos no van a podar «rural» para dejar el resto incólume, con las vergonzosas acepciones al aire. Si uno cree que el diccionario ha de procurar la felicidad en vez de contener, ni siquiera debidamente contextualizado, todo lo que la realidad depara, incluso en sus vertientes más lesivas, debe ser coherente y cortar por lo sano, sin pararse en barras. Aunque luego ese diccionario no haya por donde cogerlo.

ABC, 30 de julio de 2011.

Rurales, rústicos, aldeanos

    30 de julio de 2011