Lo de menos es el adjetivo. Òmnium está en todo. No lo estaba al principio, cuando Josep Millàs, su presidente, iba de dependencia en dependencia de la Generalitat, maletín en ristre, postulando para la causa. En aquel tiempo Òmnium era, a lo más, un largo apéndice de Jordi Pujol y de su mundo. Es decir, mucho, pero no todo. Ese tiempo terminó entre 2002 y 2003. Primero fue el asalto —repetido y a la postre exitoso— de Jordi Porta, ex de la Fundación Bofill, al torreón de Millàs. Luego, el cambio de régimen, o sea, el acceso de la izquierda al poder después de casi cinco lustros de pujolismo. Como en tantos otros aspectos, el nacionalismo salió ganando; si antes sólo estaba en el gobierno, a partir de ahora también estaría en la oposición. Y lo mismo ocurriría con el nuevo Òmnium, suprema encarnación de esa transversalidad del nacionalismo en la supuesta sociedad civil catalana. Para comprobarlo, basta con echar una ojeada a las subvenciones recibidas por la entidad. Así como en 2003 la partida concedida por Presidencia era de 100.000 €, en 2006 ascendía ya a 600.000. Y ello sin contar las cantidades asociadas a programas menores, en su mayoría de naturaleza lingüística, con que Òmnium era regularmente amamantado, ya por Presidencia mismo, ya por Cultura o Interior. Así las cosas, a nadie debería extrañar la labor de «agitprop» llevada a cabo por la entidad, sola o en comandita, en los últimos años: desde las manifestaciones a favor del llamado «derecho a decidir» —cuyo punto culminante fue la marcha del 10 de julio de 2010 contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto— hasta las recientes declaraciones de su actual presidenta, Muriel Casals, acusando a los padres que exigen una enseñanza en castellano para sus hijos de estar maltratándolos y abusando de ellos, o pidiendo a la sociedad catalana que objete fiscalmente. Sí, a Òmnium le pagan para que mueva el árbol. Ahora sólo falta saber cuándo caerán las nueces.

ABC, 16 de julio de 2011.

Òmnium Cultural

    16 de julio de 2011