ABC, 9 de julio de 2011.
O sea, los alumnos catalanes de segundo de secundaria suspenden. No en todo, es cierto —se salvan por los pelos en lengua y sin tantos apuros en ciencias—, pero sí en conjunto. Y en un área tan trascendente como matemáticas les faltan 13 puntos para llegar a la media. Pero hay más. Porque la llamada evaluación general de diagnóstico, realizada en 2010 por el Ministerio de Educación en colaboración con los respectivos departamentos de las comunidades autónomas, también da cuenta de otros aspectos significativos. Por ejemplo, de que la repetición de curso a esa edad —14 años— nada arregla. O de que el nivel de los nacidos fuera de España está entre 30 y 40 puntos por debajo del de los nacidos aquí. O de que la Comunidad de Madrid se halla cada vez más lejos de la catalana, hasta el punto de que el poder alcanzarla algún día se antoja ya como una verdadera quimera. O de que las comunidades que más descollan han sido gobernadas tradicionalmente por el PP. Por lo demás, el nivel atesorado por los educandos locales está en consonancia con el demostrado hace un año por los de cuarto de primaria. Vaya, que, por desgracia, la continuidad parece asegurada. Sin embargo, esos resultados contrastan fuertemente con los obtenidos en 2009 por los estudiantes catalanes de 15 años en el informe PISA, que les situaban 17 puntos por encima de la media española en comprensión lectora, 12,6 en matemáticas y 9,3 en ciencias. Es verdad que se trata de pruebas distintas, con sistemas de evaluación distintos. Pero, a juzgar por los datos que acabamos de conocer, la euforia con que fueron recibidos los de PISA a finales del año pasado por el consejero Maragall, ya en plena retirada, estaba más bien fuera de lugar. Aquello fue una excepción. Feliz, pero una excepción al cabo. Ahora hemos vuelto a la normalidad. Es decir, a la más pura evidencia: si no cambian de arriba abajo los parámetros educativos, eso no hay quien lo arregle.
ABC, 9 de julio de 2011.
ABC, 9 de julio de 2011.