Hace un par de semanas este periódico publicaba una carta al director titulada «Recortes en la Biblioteca Nacional». En ella la corresponsal se quejaba, entre otras cosas, de que la institución hubiera reducido el horario de atención al público en tres horas y de que lo hubiera hecho precisamente ahora, en verano, que es cuando los investigadores, patrios y no patrios, más utilizan sus servicios. Añadan a ello que los sábados estivales la Biblioteca ni siquiera abre por la mañana, y comprenderán la desazón, cuando no el cabreo, de algunos usuarios. De todos modos, en cuestiones de archivos, nada como Barcelona. No, no lo digo por Ca l’Ardiaca, sede de la hemeroteca municipal, donde se limitan a acortar el horario en 75 minutos y echan también el cierre los sábados —claro que durante tres meses en vez de dos, que el verano catalán es mucho verano—. Lo digo por la Biblioteca de Catalunya. Allí, aunque abren y cierran como el resto del año y sólo nos privan de las mañanas sabatinas de agosto, aportan a la casuística bibliotecaria una gotita de originalidad: tardan dos horas en entregarte el libro solicitado, cuando antes en media hora te lo habían servido. ¿La causa? Las «restricciones económicas». Vaya, que si uno quiere usar este verano sus fondos, conviene que se lo tome con tiempo y con calma.
Ignoro qué pueden dar de sí las jornadas de reflexión crítica sobre la cultura que el consejero Mascarell inauguró el pasado martes en el Arts Santa Mònica y que, al parecer, van a tenernos entretenidos algunos meses. Se habla de plan estratégico, de pacto nacional, de la cultura como eje vertebrador del país; en fin, la Biblia en verso. Lástima que nadie haya reparado en lo que ocurre unas cuantas calles más arriba. Tanto hablar de Estado y de Estado cultural, y resulta que no hay dinero ni para bibliotecarios. Eso sí, a juicio del consejero, talento haylo, y a espuertas; lo que falla es el mercado interno. Menos mal.
ABC, 23 de julio de 2011.