El presidente de la Generalitat ha votado en contra de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña porque él cree «en la libertad». Lo cual no significa en absoluto que don José Montilla defienda el arte del toreo y el consiguiente derecho de los ciudadanos catalanes a disfrutar de él en una plaza pública. No, no se confundan. Ni siquiera se dejen llevar, en su credulidad, por el hecho de que el propio presidente y su actual esposa hayan formado parte, en repetidas ocasiones, de estos ciudadanos presentes en la plaza. No, don José ha votado «no» porque, según ha afirmado, «hubiera preferido que la continuidad o no de los toros fuera una decisión tranquila y normalizada de los hábitos sociales de los catalanes y también consecuencia de la imparable cultura en favor de los derechos de los animales, antes que ninguna imposición legal». En eso consiste la libertad en la que cree. El presidente es hijo del prohibido prohibir. No le gusta que la ley imponga. Habría preferido que una decisión como la tomada este miércoles por el Parlamento de Cataluña hubiera surgido de una lenta y muy meditada decantación de las costumbres del lugar, combinada con esa «imparable cultura» que iguala los derechos de los animales con los de los ciudadanos. En síntesis: don José ha votado «no» por una cuestión de formas. A él lo que le habría gustado es votar «sí». Máxime teniendo en cuenta que su afición a los toros podrá seguir cultivándola en el resto de España.
Bien mirado, en este asunto como en tantos otros el todavía presidente de la Generalitat ha seguido fiel a su condición de catalán de Iznájar. O sea, a la doble alma, que es como decir a la doblez. El socialismo catalán no ha sido probablemente otra cosa, desde su nacimiento, que una máquina partidista especializada en esta clase de juego. Y no le ha ido del todo mal, qué duda cabe. Ahora bien, entre los muchos ejemplares de socialista catalán, ninguno como Montilla. Un portento. ¿Se acuerdan de la frescura con que, en sede parlamentaria, apelaba a la libertad para justificar que sus hijos estuvieran escolarizados en el Colegio Alemán de Barcelona, donde la lengua catalana —esa que él continúa considerando, pese al Constitucional, preferente— apenas se oye, en vez de estarlo en cualquiera de las escuelas públicas de Cataluña, donde una imposición legal, mira por dónde, hace que no se pueda oír otra lengua en las aulas que la catalana? Pues, con los toros, tres cuartos de lo mismo. Suerte que, como rezaba aquel eslogan, socialismo es libertad.
ABC, 31 de julio de 2010.