2. El informe en cuestión dice mucho. Dice, por ejemplo, que la mordida rondaba el cuatro por ciento. La constructora Ferrovial, a cambio de la adjudicación de obra pública, pagaba un sobreprecio a Millet, que se quedaba con parte del botín y desviaba el resto a CDC, a la Fundación Trias Fargas o a cuatro empresas que trabajaban para el partido. Estas empresas —entre las que destaca una en cuyo accionariado figura el senador convergente Jordi Vilajoana— no hacían un trabajo cualquiera. Hacían campañas. Para el partido, claro. Lo cual permite razonar como sigue: si esas campañas han servido, en mayor o menor medida, para obtener unos determinados resultados electorales, dichos resultados, también en mayor o menor medida, son fruto de ese dinero podrido. En Baleares, donde ha ocurrido algo parecido pero al cubo, ya se han alzado voces pidiendo la nulidad de las elecciones afectadas. En Cataluña todavía no.
3. La corrupción, como el amor, no entiende de siglas. Después de que la Sindicatura de Cuentas denunciara los manejos de la cúpula del Departamento de Cultura y Medios de Comunicación, en manos de ERC, en la concesión de subvenciones a la farándula patria, el Gobierno de la Generalitat, por boca de su actual portavoz, el republicano Huguet, informaba de que había concedido una ayudita de medio millón de euros al valenciano Eliseu Climent, de profesión sus labores patrióticas, y otra de 1,2 millones a los organizadores de un ignoto festival de teatro en Perpiñán. Y todo a dedo, por el morro.
Ah, cuentan que Huguet al morro lo llamó «cosmopolitismo transfronterizo».
ABC, 7 de agosto de 2010.