2. La reacción del presidente del Gobierno ante el informe del Departamento de Estado de los Estados Unidos no tiene desperdicio. Olvidémonos de aquello tan manido de que «la convivencia lingüística en las comunidades con las lenguas cooficiales funciona razonablemente bien», cuyo sentido no es otro, al cabo, que el mismo de los partes donde se celebra la inexistencia de muertos y heridos —ya saben, «por fortuna no ha habido que lamentar daños personales»—. Lo realmente increíble de las palabras del presidente se halla en el razonamiento siguiente: «Yo mismo valoro mi lengua materna, que es el castellano, por lo tanto tengo que entender la actitud de quienes defienden el uso del catalán como lengua propia». O no se entera, o tiene un morro que se lo pisa. Porque si cabe valorar, como dice, la lengua materna de uno, entonces difícilmente puede entenderse la actitud de quienes defienden el uso del catalán como lengua propia. O sea, difícilmente puede congeniarse un concepto de la lengua vinculado a la persona con uno colectivo o territorial. A menos que uno se llame, claro está, José Luis Rodríguez Zapatero.
3. Yo soy del tiempo del bikini. Es decir, de otro tiempo. Por lo que ando leyendo, hoy en día se lleva el trikini. Y hasta el burkini. Vivir para dejar de ver.
ABC, 14 de agosto de 2010.