Debo confesarles una cosa. Llevo mucho tiempo tratando de quitarme de catalán y no hay manera. Sí, a qué engañarles. He puesto incluso mar de por medio; todo en vano. En cuanto me confío, aparece siempre el gracioso con la pregunta: «¿Es usted catalán, verdad?». Y, claro, ¿qué voy a contestarle? ¿Que no? No se puede andar toda la vida mintiendo. Uno ha nacido donde ha nacido y a mí —ya es mala suerte— me ha tocado Cataluña.

Aun así, puede que por fin haya encontrado una vía de escape. Les cuento. Como saben, desde que el Constitucional dijo esta boca es mía, se han producido por estos pagos una serie de movimientos. Lentos, pesados, como corresponde sin duda a un país decrépito, pero movimientos al cabo. Esta tarde, sin ir más lejos, algunos catalanes van a manifestarse por el centro de la ciudad gritando que son una nación y que ellos deciden. Y hasta parece que entre los que van a gritar semejantes fruslerías estarán el presidente del Gobierno y cuatro ex presidentes, dos del Gobierno y dos del Parlamento —regionales todos, por supuesto—. Allá ellos.

En todo caso, lo verdaderamente relevante para mi condición de catalán no es lo de esta tarde. No, lo que a mí me ha dado nuevos bríos tuvo lugar el pasado lunes en un pueblecito ampurdanés. En Port de la Selva, en concreto. Ese día, el Ayuntamiento de la localidad, reunido en pleno extraordinario, tras comprobar que la sentencia del Alto Tribunal «recorta muy gravemente» el texto del Estatuto aprobado en junio de 2006 en referéndum, el cual ya era, a su vez, un recorte del texto aprobado en septiembre de 2005 por el Parlamento catalán; tras admitir que la reforma de la Constitución «se certifica como una quimera del todo imposible», y tras constatar que el fallo del Constitucional «cierra, de forma definitiva, el techo de autogobierno de Cataluña dentro del Estado español», declaró el Port de la Selva «municipio moralmente excluido del ámbito de la Constitución española».

¿Se dan cuenta? Si un municipio puede declararse moralmente excluido del ámbito de la Constitución española sin que pase nada, esto es, sin que se presente allí de inmediato la autoridad y se lleve esposada a la Corporación en pleno entre los abucheos del respetable, ¿por qué diantre no voy a poder yo declararme moralmente excluido de Cataluña y quedarme tan pancho? Al fin y al cabo, el país donde nací y en el que me hice ciudadano también me lo recortaron. Y no una vez, sino varias. Sólo faltaría que encima tuviera que seguir siendo lo que moralmente ya no soy.

ABC, 10 de julio de 2010.

Doble moral

    10 de julio de 2010