Ignoro en qué punto estamos de lo que se ha venido en llamar «el desarrollo del Estado de las Autonomías», pero no me cabe la menor duda de que seguimos en la fase creciente. O sea, en pleno desarrollismo salvaje —y aquí sí, aquí el adjetivo va que ni pintado—. Lo cual no quita que empiecen a darse, en el conjunto de España, signos de recesión. O, lo que es lo mismo, signos de que puede estarse produciendo un giro en el proceso, al que por fuerza deberá seguir una fase menguante.

Me explico. Por más que los partidos nacionalistas hayan sido hasta ahora los principales protagonistas de ese desarrollismo salvaje —y es de prever que, allí donde les dejen, lo van a continuar siendo en el futuro—, no por ello hay que atribuirles la máxima responsabilidad. Al fin y al cabo, esas fuerzas son disgregadoras por naturaleza. Parafraseando a Pasqual Maragall, puede decirse que llevan la disgregación en el ADN. En cambio, los que se supone que no lo llevan —o sea, los dos grandes partidos nacionales— han actuado en todos estos años, con tal de retener el poder, como si también lo llevaran. La factura, sobra decirlo, ha sido enorme. Y todavía lo es, porque sigue habiendo zonas de España —como Cataluña y Baleares, por ejemplo— donde la alianza entre uno de esos partidos, el socialista, y el nacionalismo es la que ordena, manda y dispone.

Aun así, la irrupción en el tablero político español de una fuerza como UPyD ha supuesto un verdadero revulsivo. Lo ocurrido el 1 de marzo en Galicia y País Vasco tiene mucho que ver con ese factor. Da igual que, en el caso gallego, UPyD no sacara ningún escaño y que, en el caso vasco, su único representante no haya servido, al cabo, para las sumas y las restas parlamentarias. El PP en la primera de las Comunidades, y el PSOE y el PP en la segunda, han hecho lo que han hecho, antes y después de las elecciones, porque sentían a sus espaldas el aliento de ese nuevo partido nacional. Es una cuestión de territorio —nunca mejor dicho—.

Como muestra, lo que está ocurriendo en los últimos tiempos en Baleares, donde el desarrollismo salvaje del hexapartito en el poder está topando, cada vez más, con una sociedad a la que nada importan los constructos nacionales y que nada quiere saber de imposiciones lingüísticas. Esta semana, sin ir más lejos, la gran mayoría de los médicos y demás trabajadores de la sanidad balear han salido a la calle, con el apoyo de PP y UPyD, para protestar contra un decreto del Gobierno autonómico que les obliga a acreditar un determinado conocimiento del catalán si no quieren perder su puesto de trabajo. Y eso en una isla donde lo que no sobra son médicos.

¿Y en Cataluña? En Cataluña está UPyD, pero también está Ciutadans, cada cual a lo suyo. Vaya, que no suman, restan. Y, mientras, Carod-Rovira pateándose el mundo y el dinero de todos.

ABC, 6 de abril de 2009.

Signos de recesión

    6 de abril de 2009