Francamente, me cuesta mucho entender por qué el pasado martes los diputados y senadores del Grupo Socialista aplaudieron cuando su presidente les anunció que la nueva ley del audiovisual comportará «una drástica reducción de la publicidad en la televisión pública». Quizá es que, como buenos izquierdistas, basta que alguien les hable de recortar la publicidad para que ellos interpreten que se aproxima el fin del capitalismo. O quizá es que sueñan con una televisión pública sin más publicidad que la estrictamente política. O quizá todo se reduzca a que Rodríguez Zapatero hizo en aquel pasaje del discurso una de las inflexiones de voz a que nos tiene acostumbrados y que los suyos interpretan al punto como que ha llegado la hora, tan anhelada, de aplaudir al Maestro.

Sea como fuere, el anuncio del presidente del Gobierno posee una gran trascendencia y me temo que sus correligionarios están lejos de advertirla. Si esa disminución de la contratación publicitaria acaba siendo significativa —y así permite suponerlo el uso del adjetivo «drástica», aunque con Rodríguez Zapatero nunca se sabe—, la televisión pública tiene los días contados. En el ejercicio de 2007 —antes, pues, de que la crisis económica empezara a pasar factura—, los ingresos por publicidad de TVE constituían más del doble de los percibidos a través de los presupuestos generales del Estado. De ahí que una rebaja considerable en la partida publicitaria no pueda sino llevar el modelo a la ruina —a menos, claro, que dicha rebaja sea compensada con un aumento de la subvención pública, lo que no parece, a estas alturas, demasiado probable—. ¿Que, aun así, una televisión puede ir tirando? Pues claro. Pero sin la espectacularidad consustancial al medio y, en consecuencia, con una audiencia cada vez más insignificante. Entre otras razones, porque, para servicio público, ya está internet, ese tres en uno que cada día —qué digo cada día: cada segundo— alumbra una nueva maravilla.

De todos modos, para aquellos a los que no nos queda más remedio que ver las cosas desde Cataluña, el anuncio del presidente del Gobierno va a tener un efecto limitado. Y es que, en ese Estado de nuestras Autonomías, hay siempre unas partes del todo que van a su bola. Es decir, a su tele. Esas teles autonómicas ingresaron en el mismo 2007, en concepto de publicidad, más o menos la mitad de lo que ingresó TVE. Y recibieron, en conjunto, más dinero de nuestros bolsillos que la propia cadena estatal. De lo que se deduce que, en su caso, la partida publicitaria viene a representar un cincuenta por ciento del pastel. Por eso no habrá en ninguna de esas baronías el más mínimo recorte. No puede haberlo. Si los gobiernos respectivos renunciaran a ese tipo de ingresos, renunciarían también, tarde o temprano, a su juguete. Y, sin juguete, no son nada.

Aunque, ya puestos, ¿se imaginan lo que sería vivir en una Cataluña sin TV3? Venga, cierren los ojos y déjense llevar, que, al fin y al cabo, soñar es gratis.

ABC, 18 de abril de 2009.

Una vida sin TV3

    18 de abril de 2009