«Soy profesor ambulante de metafísica». Así es como se define, nada más empezar la obra, el protagonista de «El diario de Hamlet García», la muy estimable novela de Paulino Masip. Y para que nadie se llame a engaño sobre la naturaleza de su oficio, añade a continuación: «Mi profesión me proporciona honra suficiente y provecho escaso. Ambos me bastan».

No parece ser este el caso de otro profesor de metafísica, a quien el presidente del Gobierno acaba de nombrar ministro de Educación. Y digo que no parece ser este el caso porque Ángel Gabilondo lleva ya muchos años perseverando en su afán por labrarse un nombre al margen de la que se supone sigue siendo su especialidad. Lo cual está muy bien, claro. ¡Sólo faltaría que la gente no pudiera dedicarse a la cosa pública con independencia de lo que haya estudiado! No, lo que me inquieta no es esa duplicidad, sino el poso que siempre acaba dejando la profesión. Cuando uno es metafísico es metafísico, por mucho que se dedique a regir una universidad, a presidir una conferencia de rectores o a dirigir un ministerio. Y aquí está el problema. Por más vueltas que le doy, no acierto a relacionar la estadística con la metafísica. La antigua ministra, al menos, era historiadora, y los historiadores suelen entender de porcentajes. Pero los metafísicos…

Y es que, hoy en día, a un ministro de Educación no le interesan más que las estadísticas. Da igual que nuestros jóvenes no sepan hacer la o con un canuto; lo importante es que exista un porcentaje suficiente de españolitos de determinada edad que cumplan con su deber. Y ese deber, lejos de consistir, como antaño, en acreditar unos conocimientos —sin los que era imposible imaginar siquiera que uno pudiera pasar de curso—, se reduce en estos momentos a no abandonar las aulas. A seguir estudiando, en una palabra, después de la etapa obligatoria. De ahí la eliminación por decreto de cuantos obstáculos se oponen a dicho objetivo, empezando por las notas y los exámenes, y de ahí el intento de flexibilización —frustrado por el Supremo, a Dios gracias— del Bachillerato.

Y, aun así, estamos como estamos. Es decir, en el 31%. Nueve años atrás, el Consejo de Europa reunido en Lisboa se fijó como meta para 2010 un abandono escolar cercano al 10%. España se hallaba entonces en el 26%. Ahora, cuando quedan tan sólo unos meses para iniciar el último año de la década, ese porcentaje, lejos de haber disminuido, ha crecido cinco puntos.

Aunque, bien mirado, quizá no haya sido tan mala idea el nombramiento de Gabilondo. Al fin y al cabo, ¿qué puede hacer, en semejante tesitura, un presidente del Gobierno sino encomendarse a un profesor —ambulante o no— de metafísica?

ABC, 19 de abril de 2009.

Estadística y metafísica

    19 de abril de 2009