España es un país de chiste. O de chistes. Está la serie aquella, seguro que la conocen, del español, el francés, el alemán y el inglés que compiten por cualquier cosa, y en la que el español sale siempre ganando, por pillo, tozudo o sinvergüenza. Y están los chistes de bilbaínos, y los de gallegos, y los de catalanes y, por supuesto, la interminable colección de los de Lepe. Lo cual no deja de responder a una querencia casi universal: reírse del prójimo. De ahí que el chiste —como, en general, todo el humor— sea y deba ser políticamente incorrecto. De lo contrario, ya me dirán dónde está la gracia.

En lo tocante a España y los españoles, y poniendo a un lado a los contadores de chistes, quien mejor se ha desenvuelto en estos menesteres que el común de la gente califica de humorísticos es sin duda el gran Julio Camba. Al fin y al cabo, casi toda su obra, esos miles de artículos diseminados por los viejos periódicos, no son más que eso: una mirada, nada amable por cierto, a España y los españoles. Y en esta mirada no faltan, claro, las lenguas. Y el modo de hablarlas. Pues bien, aunque Camba repartió estopa a diestro y siniestro, los únicos que se tomaron a mal sus palabras fueron los catalanes. Y eso que el periodista se había limitado a expresar una obviedad; a saber: que el hecho diferencial catalán no era el idioma en sí, dado que a los catalanes se les entendía perfectamente cuando hablaban catalán, sino el acento que tenían cuando hablaban castellano.

Algo parecido le acaba de ocurrir ahora a Montserrat Nebrera. Salvando las distancias, claro —y, en especial, las que separan a la diputada catalana del propio Camba—. Nebrera dijo el otro día en la radio que la ministra de Fomento «tiene un acento que parece un chiste» y se ha armado la de Dios es Cristo. Todo el mundo se le ha echado encima, empezando por los dirigentes de su partido, que le han abierto un expediente y han llegado a pedir su expulsión. En 1917, que es cuando Camba escribió sus artículos, los nacionalistas catalanes también pidieron la suya. Y la lograron, puesto que el periodista no volvió a pisar Cataluña. Ahora son los nacionalistas andaluces, con Javier Arenas a la cabeza, quienes aspiran a echar a Nebrera. Veremos si también lo consiguen.

Y, puestos a analizar las palabras de la diputada, sí había una parte de su intervención que podía considerarse ofensiva. Una parte en la que nadie, o casi nadie, parece haber reparado, por cierto. Es cuando afirma que «Chaves se quitó de encima a esta cosa». Magdalena Álvarez, con acento o sin él, no es una cosa, es una persona. Pero esta clase de distinciones no encuentran hoy, en nuestra clase político-mediática, ningún eco. Hoy lo único que importa es el adjetivo. Vaya, que si Nebrera hubiera dicho, pongamos por caso, «esta cosa andaluza», a estas alturas ya estaría más que crucificada.

ABC, 17 de enero de 2009.

Un país de chiste

    17 de enero de 2009