Hay palabras que no tienen plural, que no pueden tenerlo. Lo que designan es único. Aunque tal vez nacieran con otras intenciones, y aunque, andando el tiempo, a su sentido original vinieran a sumarse otros sentidos no tan rectos, llegó un día en que quedaron ancladas en un punto —esto es, en un texto y en un contexto— del que ya no es posible sacarlas. Son palabras marcadas. Para siempre.

«Holocausto» es una de esas palabras. No admite plural. Ni apéndices. Y es que no existe ni puede existir ya otro holocausto que aquel con que nos referimos al exterminio de seis millones de judíos, durante los últimos años de la Alemania nazi, como consecuencia de un plan basado en el asesinato sistemático e industrializado. De ahí que no haya holocaustos, que no pueda haberlos. Y de ahí que resulte tremendamente irritante el tener que oír, como tuve que oír yo el otro día en la cabina de un avión, que Israel está sometiendo a los palestinos a un nuevo holocausto. Es verdad que quien eso afirmaba era un rústico en tránsito hacia la capital. Y es verdad que el destinatario de sus palabras, que asentía convencido, era otro que tal. Pero cuando en la mentalidad semiculta se instalan esta clase de aberraciones —y les aseguro que por la edad de ambos sujetos quedaba descartado que la culpa la tuviera la Logse— puede darse por hecho que algo falla en el sistema moral de una sociedad.

España sigue siendo, en lo más hondo, un país antisemita. Lo que equivale a decir —en la medida en que una de las grandes singularidades del pueblo judío es su carácter transnacional— que sigue siendo un país antieuropeo. Y así nos va. Sólo aquí cabe imaginar una manifestación multitudinaria como la que tuvo lugar el sábado 10 en Barcelona, donde, aparte de la previsible equiparación entre el Holocausto y el ataque israelí contra Gaza, pudo verse a un encapuchado blandir tranquilamente una pistola a escasos metros del consejero de Interior del Gobierno catalán, Joan Saura, sin que la circunstancia acarreara consecuencia alguna ni para el primero ni para el segundo. O incluso, aunque en este caso Francia no nos va a la zaga, una manifestación como la del día siguiente en Madrid, con exhibición artística incluida, en la que un cartelón donde la esvástica se igualaba con la estrella de David y una foto de Auschwitz con una de Gaza lucía la siguiente leyenda: «De qué te quejas… si tú haces lo mismo».

Ya lo advirtió Pascal Bruckner: «Los mismos que rechazan la unicidad y singularidad del Holocausto le rinden homenaje al desear a toda costa alinear su tragedia con éste». Y nuestra izquierda, en masa, les sigue la corriente. Decididamente, el par de rústicos del avión tenían el terreno abonado.

ABC, 18 de enero de 2009

Holocausto

    18 de enero de 2009