El pasado 9 de octubre se cumplieron 30 años de la muerte de Jacques Brel. Uno de los grandes de «la chanson». Y el más grande, sin duda, en el escenario. Parece mentira que un intérprete tan teatral, tan desmesurado, tan extraordinario, en una palabra, no diera una a derechas —o casi— como actor cinematográfico. Pero así fue. Por suerte, quedan sus canciones. Y sus actuaciones. Quienes jamás tuvimos la ocasión de verle en directo, podemos ahora recrearnos con las grabaciones en DVD de sus conciertos. Están los míticos del Olympia. Pero también un sinfín de pequeños recitales en clubs de Bruselas, de París o de algún rincón de Francia o de Bélgica. Son los mejores. Serge Reggiani, otro de los grandes, dejó escrito en sus memorias que Brel se descomponía literalmente cuando tenía que salir a las tablas. «Le trac» —el pánico—. Al parecer, no paraba de vomitar. De ahí, tal vez, ese rostro sudoroso, desencajado, macilento, con que aparece casi siempre en el escenario.

En 1964 Brel ofreció uno de esos recitales intimísimos, de pequeño formato. Aunque en los vídeos colgados en You Tube no consta el lugar del concierto, lo más probable es que fuera en algún local de la Bélgica flamenca —quizá en la propia Bruselas—. Así lo da a entender, al menos, la presencia en la pantalla de unos subtítulos con la traducción al neerlandés de las canciones. «Les bourgeois» es una de ellas, una de las inolvidables. Habla de tres amigos, Jojo, Pierre y el propio Brel, cuya principal afición, a los veinte años, era mostrarles el culo a unos notarios mientras les cantaban: «Les bourgeois c’est comme les cochons / plus ça devient vieux plus ça devient bête», etc., etc. Jojo, dice la letra, se creía Voltaire; Pierre, Casanova; y Brel, que era el más orgulloso, se creía… Brel. Eso dice la letra, en efecto. La que uno oye. Porque la otra, la que figura sobreimpresa en la pantalla, no dice exactamente lo mismo. Sí en cuanto a Pierre y al propio Brel. Jojo, en cambio, se convierte en Klaas. Y Voltaire, ese que Jojo cree ser, se convierte en Dante.

¿Por qué? Cosas del nacionalismo, claro. Lo llaman adaptación al entorno. De ahí el Klaas. Y, a falta de algún referente local en el orden del pensamiento, de ahí el Dante, que, aunque no equivale al Voltaire original, al menos da el pego y, junto al Casanova, permite construir un entorno nada francés. Y es que de eso se trata, al cabo, de falsear los hechos.

La anécdota tiene casi medio siglo. Es de cuando Bélgica todavía era Bélgica. E ilustra la mar de bien lo que le puede ocurrir a un país si se relaja. O, lo que es lo mismo, si prefiere mirar para otro lado antes que afrontar, con todas las consecuencias, la realidad.

ABC, 4 de enero de 2009.

Cuando Voltaire era Dante

    4 de enero de 2009