No todo el mundo puede jactarse de tener un presidente tuneado. Los catalanes, sí. Pero, antes de proseguir, tal vez convenga aclarar un par de cosas, no vaya a ser que algún lector se confunda. En primer lugar, el presidente en cuestión no es el de Cataluña, sino el del Parlamento de Cataluña. No es, pues, José Montilla, sino Ernest Benach. Luego, que este presidente sea tuneado no significa en modo alguno que en sus años mozos haya formado parte de una tuna. Cualquiera sabe que un apasionado del escultismo y los «castells» como Benach lo tiene terminantemente prohibido. Nada me extrañaría, incluso, que dicha incompatibilidad figurara en el ADN presidencial. Ahora bien, que un tuneado como él no pueda ser un tuno no impide, por supuesto, que pueda ser un tunante. A cada cual lo suyo.

Pero, a lo que íbamos: un presidente tuneado no es nada de todo lo anterior. Un presidente tuneado es un hombre que se ha quedado corto, que no se conforma ni se conformará jamás, ni por dentro ni por fuera, con lo que Dios le ha dado. ¿Un ambicioso? Sí, pero de una ambición estentórea, invasiva, insolente. Hasta el punto de que su obsesión por la originalidad le lleva reafirmarse a cada instante ante los demás. Y así va construyendo lo que antes llamábamos «la personalidad» y ahora designamos, Benach el primero, con el nombre de «identidad». Sobra decir que el fenómeno se halla ya muy expandido, especialmente entre los jóvenes. ¿Que Benach está lejos de serlo? Tal vez, pero lo importante no es la edad, sino cómo se siente uno. Y el presidente del Parlamento, que ha convertido el tuneo en un estilo de vida, se siente —¿hace falta insistir en ello?— rematadamente joven.

Claro que todo tiene sus límites. Uno no puede ir modificando sus características, internas y externas, a su antojo. Los cambios, los aditivos, los accesorios, deben estar homologados. Y hay cosas que no son de recibo. Anteayer este periódico traía la noticia, firmada por María Jesús Cañizares, de que Benach se ha agenciado una limusina cuyo coste asciende a 110.000 euros. ¿Y saben para qué? Para desplazarse cada día de Reus a Barcelona. Ida y vuelta. Y como el coche le parecía muy anodino, demasiado impersonal, como si dijéramos, ha invertido otros 20.000 euros en dotarlo de algunas prestaciones que habrá juzgado imprescindibles para el trayecto. Se las detallo: escritorio de madera, reposapiés, televisión, conexión a MP3 y Bluetooth. En fin, un despacho sobre ruedas. Y eso que no va más allá de Reus.

No hay duda de que se ha excedido un poco. Y más en esos tiempos de crisis. Pero se engañan quienes suponen que el presidente del Parlamento catalán habría podido obrar de otro modo. Imposible. Les repito que es algo consustancial a la persona. ¿Han reparado en sus camisas y sus corbatas? ¿Y en su barriga? ¿Han observado como no ha parado de hincharse desde que accedió al cargo? No le den más vueltas: es el tuneo.

ABC, 25 de octubre de 2008.

El presidente tuneado

    25 de octubre de 2008