En el más puro estilo Rodríguez Zapatero, sin otro báculo argumental que la insuperable desfachatez con que suele emplearse nuestra clase política cada vez que la realidad viene a desmentirla, Ernest Maragall, consejero de Educación de la Generalitat, ha calificado de «magnífico» el sistema de enseñanza público catalán. Magnífico, pues. Lástima que todos los indicadores digan lo contrario. Empezando por los contenidos en el informe PISA 2006, que unos expertos de la Fundación Bofill han sometido a análisis. La semana pasada conocimos los resultados. Ya saben: en comparación con el resto de los países del mundo desarrollado, Cataluña, ese país, está a la cola en todo. No hay país, ni siquiera España, en que el alumnado extranjero —esto es, inmigrante— esté peor situado con respecto al autóctono. No hay país, ni siquiera España, en que la diferencia de nivel entre los centros públicos y los privados sea mayor —a favor de los segundos, claro—. Excepto Letonia, Grecia y Portugal, no hay país —ni siquiera España— donde se dé un porcentaje más bajo de alumnos sobresalientes en ciencias. Y, en fin, sólo un país, España —y conviene recordar que Cataluña, en las estadísticas, forma parte de ella—, tiene menos alumnos que sobresalgan en comprensión lectora. En síntesis: la excelencia a ras de suelo y todos, o casi todos, igual de ignorantes.

Estos datos a Maragall le han parecido «inútiles». Por sabidos, ha precisado. Y por viejos. No le falta razón. Los datos —otra cosa es el análisis que uno pueda proyectar sobre ellos— fueron publicados hace un año. Y, entre el momento en que se realizaron las pruebas y el momento actual, ha transcurrido no un año, sino dos. De ahí que, a juicio del consejero, la situación no sea ya la misma. Es cierto. A estas alturas debe de ser, si cabe, mucho peor. Dentro de unos meses tocan las pruebas correspondientes a un nuevo informe PISA y en 2010, cuando se hagan públicos los resultados, sabremos a qué atenernos. Mientras tanto, no queda más remedio que remitirse a lo conocido. Y lo conocido, mal que le pese a Maragall, es un desastre sin paliativos. Aunque su desfachatez y su inmodestia le lleven a afirmar que en los últimos dos años todo ha cambiado, nadie en su sano juicio es capaz de creer que un sistema que lleva ya en funcionamiento tres lustros vaya a arrojar en el futuro unos resultados radicalmente distintos a los presentes sin que se modifique el sistema ni los fundamentos ideológicos en que se sustenta.

Por lo demás, hay que felicitarse de que existan mecanismos de evaluación independientes y comunes al resto de los países desarrollados —ojalá se extendieran a otras parcelas de la Administración, como la sanidad o la justicia—. Si sólo contáramos con las pruebas internas realizadas por el propio Departamento de Educación, y suponiendo que el Departamento quisiera notificar los resultados, seguiríamos vegetando en la complacencia que procura el saber que nuestro sistema de enseñanza pública, en palabras del consejero del ramo, es «magnífico». Sí, magnífico.

ABC, 27 de septiembre de 2008.

Una educación magnífica

    27 de septiembre de 2008