A veces me pregunto qué será del papel. O, mejor dicho, qué será de según qué papel. Y es que hay papeles cuyo futuro no peligra. Así, el higiénico, que no ha hecho sino afinarse con el tiempo. O el que se utiliza para liar cigarrillos o sucedáneos, al que ni las campañas ni las leyes antitabaco han logrado jubilar. O el que empleamos para sonarnos, que empezó compitiendo con el viejo pañuelo de tela y ha acabado arrumbándolo por razones higiénicas y de indiscutible comodidad. Y, en fin, el que envuelve el azucarillo del café, el que hace las veces de mantel o de servilleta o el que cubre cualquier producto comercial. Pues bien, la esperanza de vida de todos estos papeles resulta limitadísima. Sí, aunque resulte paradójico, el tipo de papel del que quizá jamás podamos prescindir es también el que, una vez usado, no sirve ya para nada.


Pero la paradoja no termina aquí. Porque el otro tipo de papel, el llamado a perdurar por obra y gracia de lo que lleva impreso o manuscrito, es el que parece tener, a estas alturas, los años contados. Pienso en el que acoge nuestras notas; en el que nos entregan en un comercio o en un cajero automático a cambio de una transacción; en los que conforman una agenda o una guía telefónica; en los que nos ponen al corriente de cómo va el mundo, o en los que guardan, bien cosidos, tantos relatos, pensamientos e ilusiones. En todas estas circunstancias la tecnología, en forma de píxel o de bit, está suplantando, a marchas forzadas, el papel. Anotamos las citas y las ideas en nuestras agendas electrónicas; firmamos con un puntero en una especie de tableta conectada a un terminal la conformidad de una adquisición cualquiera; encontramos lo que buscamos, ya sea un dato, una imagen o la música de un bolero, en el ciberespacio; leemos el periódico, o una parte de él, a través de la pantalla del ordenador, y pasamos las páginas de un libro haciendo un simple clic en un icono con el ratón.

Por supuesto, semejante ejercicio de suplantación se da sobre todo entre los jóvenes, que no ven razón ninguna para conservar notas, facturas, fotos, recortes de prensa o volúmenes encuadernados, pues pueden almacenarlos en un chip de memoria o procurárselos en la mismísima red. Y no se suele dar, claro, entre los viejos o entre los que, sin ser tan viejos, hemos cruzado ya el ecuador de la vida y seguimos creyendo en el valor probatorio del papel y disfrutando con la textura y el olor de sus hojas. O quizá la creencia y el disfrute no sean más que excusas. O costumbres. Al fin y al cabo, no somos sino un triste animal de costumbres. Como lo serán estos jóvenes de hoy el día de mañana.

ABC, 28 de septiembre de 2008.

Sin papeles

    28 de septiembre de 2008