Por de pronto, lo que el equipo dirigido por el antropólogo Metin Eren ha descubierto con su trabajo es que los neandertales, al contrario de lo establecido hasta la fecha, eran igual de hábiles que los «sapiens» —esto es, que la especie que ha terminado derivando en nosotros— en la fabricación y manejo de las herramientas de caza. Aunque sus utensilios no fueran tan afilados como los del futuro hombre moderno, aunque no presentaran el mismo grado de evolución tecnológica, cumplían perfectamente la función para la que habían sido creados. Y con un coste semejante, cuando no inferior, en tiempo y material. Vaya, que, según Eren y sus muchachos, no pudo ser este el factor que diera con toda la especie en el otro mundo y dejara todo el pastel para nosotros.
Y si no pudo ser este, tampoco parece que hayan podido ser otros que se han barajado en los últimos tiempos, como por ejemplo la capacidad craneal o la adecuación a los cambios climáticos. En el fondo, concluyen los especialistas —no sabemos si con asombro o con resignación—, los neandertales distaban más bien poco de lo que serían por entonces nuestros antepasados. Poseían estructuras sociales, sistemas económicos y un lenguaje determinado. Enterraban a sus muertos. Tenían, qué duda cabe, una inteligencia similar a la de los «sapiens». ¿Entonces? ¿Por qué demonios se extinguieron? Quizá porque les faltó la capacidad simbólica. Como recuerda el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, «lo único que no hacían los neandertales era pintar».
La capacidad simbólica. La posibilidad de representar, de imaginar, de abstraer, de soñar. Este es el quid. Para bien, claro, pero también para mal. Y es que, a juzgar por el partido que siempre le han sacado los nacionalistas a lo simbólico, hay días en que uno desearía carecer de esta habilidad y haberse quedado en un triste epígono neandertal.
ABC, 7 de septiembre de 2008.