Los diputados socialistas de eso que aún se llama PSC están muy ilusionados con la moción que el Grupo Socialista en el Congreso ha presentado para reprobar al ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert. Creen que esa iniciativa va a permitirles andar por la campaña electoral catalana con la cabeza nacionalmente alta, ya que otra cosa no parece que vayan a poder argüir a su favor en el debate identitario. Y es que, si bien el propósito del ministro de «españolizar a los alumnos catalanes» tiene como origen una acusación de la consejera Rigau en el mismo sentido, su formulación en las Cortes se produjo como respuesta a una pregunta del diputado socialista catalán Francesc Vallès. Ese diputado dedicó los dos minutos y medio que duró su intervención no tanto a preguntar como a falsear. Se trata de una vieja costumbre parlamentaria, consistente en atribuir al oponente unas intenciones que este no ha expresado en ningún momento pero se le suponen. Y como el tema resulta ser la enseñanza, o sea, el gran baluarte de la izquierda y el nacionalismo irredento, cualquier propuesta de reforma del modelo vigente —ese que ha situado a España a la cola de todas las estadísticas desarrolladas— no sólo es rechazada con el detente bala ideológico, sino que el rechazo suele conllevar, casi por sistema, la equiparación de lo propuesto con el sistema educativo franquista. De ahí que el diputado Vallès aludiera en su parlamento a la escuela nacional católica, al florido pensil y a la formación del espíritu nacional. Y de ahí también que, entre los estigmas del pasado que amenaza con volver, citara la disciplina y la memorización. Todo para concluir que «en Cataluña no se adoctrina; (…) se forma y se educa». Ah, y para mentar a Marta Mata, creadora de los movimientos de renovación pedagógica. Lástima que se le olvidara añadir que Mata fue siempre partidaria de la enseñanza en lengua materna. Por aquello del franquismo, ¿sabe?
(ABC, 13 de octubre de 2012)