La verdad, no sé muy bien qué es el masismo. Ni siquiera si tal movimiento existe. Estos días hemos visto como distintos palmeros, algunos resueltamente entrados en años —y quien dice palmeros dice palmeras, claro—, se apostaban a las puertas del Palacio de la Generalitat o del Parlamento de Cataluña para celebrar que Artur Mas hubiera dado el paso. Quizá el masismo no sea más que eso, al cabo: un paso, un paso dado. Y a «un terreno desconocido», como precisó el propio interesado a mediados de mes ante las huestes veraniegas de su partido. En tal caso, el movimiento tendría, sin duda alguna, un fondo romántico, aventurero, sentimental. Algo así como ¡adelante, y que sea lo que Dios quiera! —sin reparar, como muy bien advertía Javier Cercas esta semana, en que «si se estrella, vamos todos detrás»—. Por lo demás, ese componente sentimental forma parte del «atrezzo» al que suele recurrir el presidente de la Generalitat. Por ejemplo, al afirmar que «hay algo que está por encima de las leyes, los partidos e incluso los parlamentos, que es la llama que calienta el corazón de las personas». O al asegurar, en lo que no cabe sino interpretar como una suerte de acto sacrificial, que, una vez cumplido el objetivo —esto es, una vez completada esa «transición nacional» que debe llevarnos a lo desconocido—, él no volverá a presentarse como candidato. Lo cual ha sido recibido con suma incredulidad por más de uno: cómo no va presentarse —sostienen esos escépticos—, si aquí, quién más, quien menos —y perdón por la anfibología—, todos se agarran a la poltrona. Pues ojalá, llegado el caso, Mas cambie de parecer y se presente. Es lo mínimo que cabe exigirle. Sólo faltaría que después de meternos donde nos quiere meter, se largara a Liechtenstein —un decir—. No, aquí a aguantar mecha. Con los palmeros y las palmeras. Y el masismo todo. No vaya a resultar que esa llama que ahora calienta el corazón de las personas acabe calentando el de las tinieblas.

(ABC, 29 de septiembre de 2012)

El masismo

    29 de septiembre de 2012