1. A Unió le va la marcha… hasta cierto punto.
Desfilará el 11-S detrás de la pancarta, pidiendo que Cataluña se convierta en el próximo Estado de Europa, pero lo hará orteguianamente. O sea, mandará allí al hombre masa y dejará en casa a la minoría de ilustrados. Sí, ya sé que considerar ilustrados a Duran, Ortega y Pelegrí es llevar la analogía algo lejos, pero, qué quieren, en Cataluña es lo que arde. Y, por cierto, el caso de Ortega merecería un estudio interdisciplinar —subvencionado, sobra añadirlo— que combinara la ciencia política con la psicología clínica. La vicepresidenta empezó diciendo que iría a la manifestación, si bien a título personal. El martes, cuando el Benemérito Padre de la Patria Nueva dio permiso a sus consejeros para obrar según les dictara su conciencia nacional, ya no sabía a título de qué debía manifestarse. Y ahora resulta que su jefe de filas ha decretado que no asista a la marcha ningún dirigente del partido, lo que todavía complica más la cosa. Yo de ella, y puesto que parece ilusionada con la cita, iría en calidad de estudiante de psicología, que es una condición que no caduca, cuando menos en su caso, ni compromete demasiado.
2. Esos
trenes patrióticos que saldrán el 11-S de Figueras con parada en Gerona y destino en Barcelona para que los nacionalistas del norte puedan sumarse a la fiesta y cuyo flete obedece a un llamamiento de los alcaldes convergentes de ambas capitales de comarca en lo que ha sido ya justamente asociado a los autocares de los tiempos del franquismo; esos trenes, digo, a mí me recuerdan
el convoy que la Unión Patriótica, el partido fundado por Primo de Rivera, fletó el 18 de marzo de 1930 para traer a Madrid, desde Irún, el cadáver del dictador, muerto en París. Sólo que el tren paraba entonces en cada estación, para que le echaran flores al féretro, le tocaran la Marcha Real y le rezaran un responso. No sé, igual todavía estamos a tiempo de arreglarlo.
(ABC, 1 de septiembre de 2012)