Claro que la vuelta de Mascarell al Departamento Cultura mueve también a otras consideraciones. Por ejemplo, a la que vincula el ofrecimiento del cargo y su posterior aceptación a la participación de Mascarell en la «Casa Grande del Catalanismo» auspiciada por Artur Mas. O a la que lleva a preguntarse si el sectarismo del que siempre se le ha acusado desde las filas convergentes va a proyectarse, en el futuro, hacia otra clase de filas, y entre ellas las socialistas. O a la que consiste en plantearse si su acreditada propensión al gasto público puede encajar en un horizonte marcado por la austeridad y la contención.
Con todo, ninguna de estas consideraciones alcanza, en importancia, a la que resulta de constatar que Mascarell es el primer político, desde la reinstauración de la democracia, en ejercer un mismo cargo en dos formaciones políticas de muy distinto signo ideológico, por no decir aparentemente enfrentadas. Ni en Cataluña ni en el conjunto de España había ocurrido nunca, que yo sepa, algo similar. Se trata, pues, de un nombramiento extraordinario. Por eso Mascarell va a ser también el primero en tener que aplicar un programa electoral radicalmente distinto, en sus presupuestos culturales, a cuantos él mismo había urdido en las últimas décadas para el PSC. Pero, a lo que se ve, eso no importa demasiado. Porque si una lección puede extraerse de su nombramiento es la triste lección de que hoy, en Cataluña, ya no hay separación ninguna entre gobierno y oposición, y todo, hasta la cultura, resulta intercambiable.
ABC, 28 de diciembre de 2010.