Uno creía que la crisis económica lo curaba todo, pero no. Queda Cataluña, como un islote irredento. O, para ser precisos, la política catalana. A juzgar por lo que ha dado de sí el debate de investidura, aquí lo importante no es el fomento del empleo, ni la reforma del mercado laboral y las pensiones, ni las propuestas de regeneración democrática; no, aquí lo importante es «la transición nacional», también llamada «transición catalana». Lo ha dicho el que a estas alturas —o sea, cuando ustedes estén leyendo este artículo— se habrá convertido ya, de no mediar sorpresa, en el 129 presidente de la Generalitat. Y lo ha dicho no de refilón, sino en la parte culminante de su discurso, allí donde la palabra clímax encuentra su razón de ser. Así pues, habrá que preguntarse qué demonios es esa transición a la que tanto apego parece tener Artur Mas.

Hace unos días Arcadi Espada advertía en su blog de que esa transición no llevaba a ninguna parte. Que, al contrario de la española, que llevaba a la democracia, esa carecía de complemento. Y que semejante indeterminación iba a caracterizar, como en tiempos del pujolismo, la política catalana. No estoy tan seguro. En el discurso de Mas —por cierto: escrito en un catalán donde no faltan, para no perder la costumbre presidencial, los errores gramaticales— la «transición nacional» se opone, en su formulación misma, a la «transición democrática». (Al igual que Cataluña —a lo largo del documento y en la propia cabeza de Mas— se opone siempre a España.) De ahí que sea lícito suponer que, si la transición democrática consistió en pasar de un régimen dictatorial a uno democrático, la transición nacional no pueda sino consistir en pasar de un régimen no nacional —esto es, regional o, a lo sumo, autonómico— a uno nacional. O, si lo prefieren, del estado de Autonomía al estado de Estado. Así se deduce, al cabo, de la apelación al pueblo catalán como sujeto de soberanía; de la reiterada reivindicación del derecho a decidir; de la exhibición, como principal desafío legislativo, de ese Pacto Fiscal que viene a sustituir, terminológicamente hablando, al Concierto vasco y que el dirigente nacionalista se propone arrancarle, a cambio de votos, al Gobierno de España que salga de las próximas elecciones generales; y todo ello rematado por esa rocambolesca definición de Cataluña como «idea en movimiento», de la que cabe esperar, me temo, muchos menos sentidos que sinsentidos.

Así las cosas, ojalá lleguen pronto las generales y nos traigan la más absoluta de las mayorías.

ABC, 25 de diciembre de 2010.

En tránsito

    25 de diciembre de 2010