Hace unos días Arcadi Espada advertía en su blog de que esa transición no llevaba a ninguna parte. Que, al contrario de la española, que llevaba a la democracia, esa carecía de complemento. Y que semejante indeterminación iba a caracterizar, como en tiempos del pujolismo, la política catalana. No estoy tan seguro. En el discurso de Mas —por cierto: escrito en un catalán donde no faltan, para no perder la costumbre presidencial, los errores gramaticales— la «transición nacional» se opone, en su formulación misma, a la «transición democrática». (Al igual que Cataluña —a lo largo del documento y en la propia cabeza de Mas— se opone siempre a España.) De ahí que sea lícito suponer que, si la transición democrática consistió en pasar de un régimen dictatorial a uno democrático, la transición nacional no pueda sino consistir en pasar de un régimen no nacional —esto es, regional o, a lo sumo, autonómico— a uno nacional. O, si lo prefieren, del estado de Autonomía al estado de Estado. Así se deduce, al cabo, de la apelación al pueblo catalán como sujeto de soberanía; de la reiterada reivindicación del derecho a decidir; de la exhibición, como principal desafío legislativo, de ese Pacto Fiscal que viene a sustituir, terminológicamente hablando, al Concierto vasco y que el dirigente nacionalista se propone arrancarle, a cambio de votos, al Gobierno de España que salga de las próximas elecciones generales; y todo ello rematado por esa rocambolesca definición de Cataluña como «idea en movimiento», de la que cabe esperar, me temo, muchos menos sentidos que sinsentidos.
Así las cosas, ojalá lleguen pronto las generales y nos traigan la más absoluta de las mayorías.
ABC, 25 de diciembre de 2010.