El pasado jueves arrancó en Cataluña la IX legislatura. La cosa empezó con lágrimas. No el mismo jueves, sino la víspera. Según propia confesión, Ernest Benach, presidente saliente del Parlamento, estuvo todo el día llorando como una Magdalena. No en casa, en la Cámara misma. Se ve que fue despidiéndose de todo el personal y en cada despacho soltaba el llanto. Pobre hombre. Y encima nadie se lo agradece. Porque esta es otra. A Benach los ciudadanos le han echado del sitial, cierto; pero no de la bancada. De ahí se ha ido él porque ha querido. Como Montilla, que podía haber seguido y ha preferido convertirse en un ex. (O sea, cobrar durante cuatro años el 80% del sueldo y disponer de secretaria —o secretario, no vaya a enfadarse el mujerío—, coche oficial y una suculenta jubilación.) O como Madí, que ha cambiado los negocios políticos por los de verdad. Pues bien, a esos dos todo el mundo les reconoce el detalle. Que si tiene mucho mérito abandonar la política activa, que si gente así constituye un ejemplo para el conjunto de los ciudadanos, que si lo importante es saber perder; en fin, todo lo bueno. Y, en cambio, a Benach ni un gesto público, ni una palmadita de afecto, ni una triste columna periodística. Nada. Y el hombre, claro, hecho un mar de lágrimas.

Otro al que echaron hace tiempo pero que amenaza con volver es el antiguo mentor de Benach en el «clan de la avellana», Josep-Lluís Carod-Rovira. Tras haberse tirado toda una legislatura viajando por el mundo a costa del erario público y encima sin saber inglés —lo cual, según revelan los cables de Wikileaks, dejó asombrado en su momento al mismísimo cónsul de Estados Unidos en Barcelona—, se pavonea en los últimos días de que el batacazo electoral de su partido, con él, no habría ocurrido. Y de que lo importante ahora es mirar al futuro y construir una santa alianza nacional y de izquierdas. Vaya, algo así como aquella ERC de Macià, pero con Carod al frente.

El que no está para mudanzas, en cambio, es Higinio Clotas. Clotas lleva tres décadas en el Parlamento. Entró en la primera legislatura y ahí sigue. Y desde 1999, siempre en la mesa, como vicepresidente. O sea, con coche oficial. Que esa es la razón, dicen, por la que Montserrat Tura se ha subido esta vez al estrado, aunque ella como secretaria. ¿Que para qué quiere coche oficial, la consejera saliente? Pues para pasearse por Cataluña llevando la buena nueva parlamentaria y postulándose, de paso, como futura líder del partido, que en octubre hay congreso. Y para no perder la costumbre, claro.

ABC, 18 de diciembre de 2010.

Tiempos de mudanza

    18 de diciembre de 2010