¿Se acuerdan de aquel desayuno entre Artur Mas y Joan Laporta, ampliamente recogido por todos los medios de Cataluña y por no pocos del resto de España? Aconteció el sábado 28 de octubre de 2006, días antes de las autonómicas catalanas, y constituye, que yo sepa, el primer acto de vasallaje de un dirigente del mundo de la política a uno del mundo del deporte. Y si este fue el primero, el segundo no tardó en llegar. Al día siguiente, el socialista José Montilla, enojado por el privilegio dispensado por Laporta a su máximo rival en aquellas elecciones, pudo también hacerse la foto con el presidente barcelonista —o, tal y como consta en las crónicas de entonces, pudo también trasladarle, de primera mano, sus propuestas electorales—.

De un modo u otro, en aquel otoño de hará pronto cuatro años ese Joan al que los íntimos llaman Jan alcanzó el paraíso. Meses antes, su club había ganado la Liga española por segundo año consecutivo y, lo que es mejor, la Champions League. Pero a un nacionalista como él, que incluso presumía de obligar a sus jugadores a aprender por contrato el catalán, nada podía producirle tanta satisfacción como el afán de aquel par de candidatos por posar a su lado. Téngase en cuenta que uno de ellos iba a ser, con toda seguridad, el próximo presidente de la Generalitat. ¿Alguien puede imaginarse siquiera a Jordi Pujol o a Pasqual Maragall rindiendo pleitesía a Josep Lluís Núñez o a Joan Gaspart? ¿Verdad que no? Sí, decididamente, aquel fin de semana de octubre de 2006 Joan Laporta tuvo el mundo a sus pies. Aunque sólo fuera el mundo catalán.

Ahora, cuando se avecinan unas nuevas elecciones autonómicas, el presidente del FC Barcelona está apurando sus últimos días al frente del club. Y, según propia confesión, está barajando muy seriamente la posibilidad de dar el salto a la política. Por supuesto, un hombre que ha mandado lo que él ha mandado no puede conformarse con cualquier cosa. Debe aspirar, sí o sí, a la Presidencia de la Generalitat. Lo cual, sobra decirlo, al no poder concretarse más que en opciones marcadamente minoritarias, que ni siquiera tienen asegurada, según las encuestas, su representación en el Parlamento, parece harto improbable. Y es una pena. Porque Joan Laporta sería, sin duda alguna, un excelente presidente de la Generalitat.

Al menos, a juzgar por el programa que promete aplicar. Se lo recuerdo: ejército catalán, agencia de inteligencia propia, constitución catalana y declaración unilateral de independencia. Y, por si todo eso fuera poco, el programa también incluye la derogación de la oficialidad del castellano. Sí, de convertirse Laporta en presidente de la Generalitat, el castellano pasará a ser una lengua minorizada. Lo que significa que habrá que protegerla y que el Gobierno autonómico, con su presidente a la cabeza, deberá asegurarse de que esté presente en todos los comercios y de que sea usada en la escuela y en los medios de comunicación públicos. De lo contrario, se expone a que una gran mayoría de ciudadanos lo denuncien ante el Tribunal de Estrasburgo. O, peor aún, ante el de La Haya.

ABC, 27 de marzo de 2010.

El presidente Laporta

    27 de marzo de 2010