Parece que estamos lejos de lograr que en nuestros centros de enseñanza se enseñe la verdad. Por ejemplo, la verdad de lo que pasó en España durante la guerra civil y en los años inmediatamente anteriores. O la verdad de lo que está sucediendo en Cuba desde hace medio siglo, lo que sin duda habría contribuido a que muchas de las personas formadas en las últimas décadas en los centros de enseñanza españoles supieran a día de hoy si Orlando Zapata era un disidente o un delincuente, y qué fue lo que le llevó a morir en una cárcel castrista. O la verdad de lo que supuso, aquí y allá, y muy especialmente en la tierra donde fue alumbrado, el comunismo, ese régimen. Si ni siquiera se enseña en nuestras escuelas e institutos lo que representó el Holocausto, su sentido profundo, su magnitud, su excepcionalidad; si ni siquiera se enseña, en uno de los países más antifascistas de la tierra, la trascendencia de esa inconmensurable tragedia humana, ¿cómo demonios va a enseñarse todo lo demás?

Viene ello a cuento de la muy noble pretensión del diputado convergente Jordi Xuclà de instar al Gobierno a que «impulse la incorporación a los textos escolares, dentro del sistema educativo autonómico, de la información sobre la hambruna en Ucrania de los años 1930 a 1932». A que «impulse», esto es, a que tome cartas en el asunto, como las ha tomado tantas veces en cuantas cuestiones le han parecido dignas de ser abordadas y predicadas en nuestros centros docentes, empezando por la famosa «educación para la ciudadanía». Pero nada, el rodillo lo ha impedido. El pasado miércoles, en la Comisión de Educación del Congreso, la suma de los votos de PSOE, ERC-IU-ICV y BNG, o sea, de la izquierda más variopinta, impidió que la moción de Xuclà en nombre de CIU y con el apoyo de PP y PNV prosperara. ¿Por qué? ¿Qué motivo podían argüir quienes votaron en contra para no promover que en las escuelas del país se explique que, entre los muchos crímenes del comunismo, figura el que tuvo como escenario Ucrania entre 1929 y 1933? ¿Qué empujó a esos ilustres diputados a rechazar que se fomente, en los programas escolares, la referencia a una política genocida que mató de hambre a por lo menos cinco millones de ucranianos?

Como no creo que la respuesta a esas preguntas pueda ser una admiración inconfesada de sus señorías por la figura de Stalin, no queda más remedio que agarrarse a la justificación ofrecida por el representante socialista en la Comisión, Emilio Álvarez. Según él, se trata de un simple problema de competencias. No es el Gobierno quien debe mezclarse en estos asuntos, sino la comunidad educativa. O sea, en lo tocante a la escuela pública, los mismos que han controlado la educación en el último cuarto de siglo. Los partidarios de la renovación pedagógica, vaya. O, si lo prefieren, los que acostumbran a viajar a Cuba en verano para, nada más volver, exclamar: «¡Qué país tan maravilloso! ¡Si no fuera por el bloqueo americano!»

No les digo yo lo mucho que les preocupa el genocidio ucraniano a toda esa panda. Si de ellos depende su enseñanza, aviados estamos.

ABC, 13 de marzo de 2010.

Enseñar la verdad

    13 de marzo de 2010