El problema, claro, son las asociaciones. Uno está acostumbrado a comer una pieza de fruta nada más levantarse, o a tomarse un te, o un café con leche, y le resulta inconcebible que pueda haber otra forma de empezar el día. Del mismo modo, uno lleva ya mucho tiempo, quizá toda su vida, yendo al súper al salir del trabajo, aunque sólo sea para procurarse los cuatro o cinco productos que van a permitirle asegurar la cena, y no alcanza a imaginarse que, en un futuro más o menos próximo, deba traer siempre consigo, junto a sus pertenencias personales y laborales, una o más bolsas con las que atender a la imperiosa necesidad de transportar el fruto de su compra, y todo porque a alguien se le ha ocurrido calcular que la desaparición de los 13.500 millones de bolsas comerciales de un solo uso que se distribuyen en nuestro país supondría un ahorro de 54.000 toneladas de CO2.

También está quien tiene asociada, desde la cuna, la tarde soleada de domingo a los toros y no logra comprender que un Parlamento regional, amparándose en una supuesta iniciativa legislativa popular, pueda llegar a legislar sobre su derecho a seguir disfrutando de la Fiesta. O quien, como Joan Laporta, es incapaz de separar el ejercicio de un cargo público y representativo —actividad que requiere, hasta nueva orden, de un mínimo decoro— de la práctica de un sinfín de gansadas, ya sea la de quedarse en calzoncillos en un control de aeropuerto porque no le apetece pasar por lo que pasa, le guste o no, cualquier viajero; ya sea la de participar de madrugada, antorcha en mano, en un aquelarre independentista, ya sea la de blandir el puño contra el Estado opresor en no se sabe qué oscuros escenarios de la Cataluña profunda.

Pero es posible que ninguna de estas asociaciones resulte tan indestructible como la que vincula al comensal con la sobremesa. Sí, luego de la mesa viene la sobremesa. Y, en esta, los efluvios verbales suelen llevar aparejados los tóxicos. Ya saben, café, copa y puro. En fin, la tríada maldita. Gracias a ella, o a las variantes a que recurra cada cual, van encauzándose la digestión y la charla. Es el momento zen de la comida, cuando todo, hasta el espíritu, se ilumina. Pues bien, a juzgar por lo anunciado por la ministra Jiménez, ese momento va a desaparecer de nuestras vidas el próximo año. Al menos, en bares y restaurantes. La prohibición de fumar se extiende, inexorable, a todo el espacio público cerrado. Ya sólo quedarán, para dar rienda suelta a nuestros vicios y virtudes, los clubes privados. O el nicho familiar. Todo clandestino, pues. Como en las sociedades más puritanas.

Y conste que quien eso escribe lleva más de siete años sin fumar.

ABC, 20 de diciembre de 2009.

Asociaciones

    20 de diciembre de 2009