Pero, aparte de esa clase de utilidades, ignoro qué otras puede tener Europa. El proceso de Bolonia, por ejemplo, también llamado Espacio Europeo de Educación Superior, no ha servido más que para llevar el drama de la enseñanza a un terreno que hasta ahora había quedado milagrosamente a salvo. Y no porque las instituciones comunitarias se lo propusieran, sino porque el marco establecido, de tan general, ha permitido, en manos de nuestros estrategas educativos, todo tipo de abusos y despropósitos.
Y algo parecido puede decirse de la directiva del Parlamento Europeo sobre comercialización de artículos pirotécnicos. Han pasado más de dos años desde que fue aprobada y, de momento, su principal objetivo —esto es, «el alto nivel de protección de la salud humana y la seguridad pública y de protección y seguridad de los consumidores»— sigue sin estar garantizado. ¿Y saben por qué? Pues porque el Ministerio de Industria, que es a quien corresponde adaptar la directiva a nuestro entorno, no se decide a hacerlo. Las tradiciones pesan mucho. Y España es tierra de fuego, sobre todo en la zona mediterránea. Al Ministerio, pues, no le queda más remedio que negociar con los gobiernos autonómicos la forma de salir del apuro.
No le resultará fácil. Esos gobiernos son arte y parte. Como han sido los primeros en promover muchos de esos festejos pirotécnicos, tratarán por todos los medios de que la directiva no se aplique —o, como mínimo, de que no les afecte a ellos—. Pero es que, además, esos gobiernos no sólo han promovido la fiesta donde tenía cierto arraigo, sino también donde jamás lo había tenido, llegando incluso a convertir ciertas tradiciones rurales, más o menos salvajes, en verdaderos tumultos urbanos. Así ocurre, por ejemplo, en Cataluña y Baleares con el «correfoc», un invento reciente al que las administraciones dedican cada vez mayores partidas presupuestarias y que consiste en regar con fuego a la gente y confiar en que no se queme.
¿Y Europa? Lejos, muy lejos.
ABC, 15 de febrero de 2009.