Más adelante surgió un nuevo concepto. Ya no se trataba de repartir excedentes, sino de premiar o dejar de premiar a los empleados según lograran o no determinados objetivos. Y a esa paga, claro, la llamaron y la siguen llamando «paga de objetivos». Yo no sé si la policía de Madrid dispone de semejante estímulo, pero todo indica que en los últimos tiempos ha estado funcionando como si dispusiera de él. Con la particularidad de que, en su caso, el premio prometido no es en metálico, sino en especies: tantas detenciones semanales, tantos días libres. Y con la particularidad de que el objetivo fijado no tiene nada que ver con lo que se supone que es la función de la policía —en último término, garantizar la seguridad ciudadana—, sino con algo tan aparentemente liviano como la estadística. La policía madrileña no detiene a quien detiene porque existan indicios de que esta persona puede haber cometido alguna fechoría; lo hace porque el ciudadano en cuestión tiene aspecto de inmigrante y, como tal, es sospechoso de pertenecer a la categoría de los que, además de inmigrantes, son inmigrantes sin papeles. Y porque, en fin, hay que cumplir el objetivo, que, de lo contrario, no hay premio.
Por supuesto, no han faltado quienes han denunciado la inmoralidad y la ilegalidad de esas prácticas. Pero casi nadie ha puesto el acento en lo que las motiva: la estadística. Si los mandos exigen a la tropa resultados contantes y sonantes es porque a ellos también se los exigen. Hay que rebajar, como sea, el porcentaje de ilegales. Lo quiere el presidente Rodríguez Zapatero y, por lo tanto, también lo quiere el ministro Rubalcaba, y el director general de la Policía, y el jefe superior de Madrid. La estadística es tiránica y no atiende a razones. Igual que la cadena de mando. Y es que las elecciones, qué le vamos a hacer, se ganan muchas veces por medio punto.
ABC, 22 de febrero de 2009.