Cuando oí hablar por primera vez de la quinceava paga, fue, me acuerdo muy bien, con tanto asombro como envidia. En aquel entonces ya lejano, yo no aspiraba más que a cobrar las catorce de rigor y, a ser posible, regularmente. Que alguien pudiera cobrar alguna más me resultaba inconcebible. Luego, con el tiempo, fui conociendo los entresijos de esa retribución excepcional. Eran los beneficios. Una vez al año, la empresa distribuía parte de sus excedentes entre los trabajadores para premiar su esfuerzo y dedicación. De lo que se seguía que ese reparto tenía que variar por fuerza de año en año; al fin y al cabo, ni las ganancias empresariales ni los sudores del asalariado eran siempre los mismos. En principio, claro. Porque, a la hora de la verdad, resultaba que en muchas empresas ese maná estaba asegurado.

Más adelante surgió un nuevo concepto. Ya no se trataba de repartir excedentes, sino de premiar o dejar de premiar a los empleados según lograran o no determinados objetivos. Y a esa paga, claro, la llamaron y la siguen llamando «paga de objetivos». Yo no sé si la policía de Madrid dispone de semejante estímulo, pero todo indica que en los últimos tiempos ha estado funcionando como si dispusiera de él. Con la particularidad de que, en su caso, el premio prometido no es en metálico, sino en especies: tantas detenciones semanales, tantos días libres. Y con la particularidad de que el objetivo fijado no tiene nada que ver con lo que se supone que es la función de la policía —en último término, garantizar la seguridad ciudadana—, sino con algo tan aparentemente liviano como la estadística. La policía madrileña no detiene a quien detiene porque existan indicios de que esta persona puede haber cometido alguna fechoría; lo hace porque el ciudadano en cuestión tiene aspecto de inmigrante y, como tal, es sospechoso de pertenecer a la categoría de los que, además de inmigrantes, son inmigrantes sin papeles. Y porque, en fin, hay que cumplir el objetivo, que, de lo contrario, no hay premio.

Por supuesto, no han faltado quienes han denunciado la inmoralidad y la ilegalidad de esas prácticas. Pero casi nadie ha puesto el acento en lo que las motiva: la estadística. Si los mandos exigen a la tropa resultados contantes y sonantes es porque a ellos también se los exigen. Hay que rebajar, como sea, el porcentaje de ilegales. Lo quiere el presidente Rodríguez Zapatero y, por lo tanto, también lo quiere el ministro Rubalcaba, y el director general de la Policía, y el jefe superior de Madrid. La estadística es tiránica y no atiende a razones. Igual que la cadena de mando. Y es que las elecciones, qué le vamos a hacer, se ganan muchas veces por medio punto.

ABC, 22 de febrero de 2009.

Cuestión de objetivos

    22 de febrero de 2009